Página 132 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
escogidas: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su
llaga fuimos nosotros curados.” “De toda palabra ociosa que hablen
los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.” “Tú eres Dios
que ve.”
No podríamos pensar en estas palabras importantes, y recordar
lo que sufrió Jesús para que nosotros, pobres pecadores, pudiésemos
recibir el perdón y ser redimidos para Dios por su preciosísima
sangre, sin sentir una santa restricción sobre nosotros y un ferviente
deseo de sufrir por Aquel que tanto sufrió y soportó por nosotros. Si
nos espaciamos en estas cosas, el amado yo, con su dignidad, quedará
humillado, y su lugar será ocupado por una sencillez infantil que
soportará los reproches provenientes de otros y no será provocada
con facilidad. No vendrá entonces a regir el alma un espíritu de
egoísmo.
Los goces y el consuelo del verdadero cristiano deben cifrarse
en el cielo, y así sucederá. Las almas anhelantes de aquellos que
probaron las potestades del mundo venidero y participaron de los
goces celestiales, no se satisfarán con las cosas de la tierra. Los
tales hallarán bastante que hacer en sus momentos libres. Sus almas
serán atraídas hacia Dios. Donde esté el tesoro, allí estará el corazón,
manteniéndose en dulce comunión con el Dios que aman y adoran.
Su diversión consistirá en contemplar su tesoro: la santa ciudad, la
tierra renovada, su patria eterna. Y mientras se espacien en aquellas
cosas sublimes, puras y santas, el cielo se acercará, y sentirán el
poder del Espíritu Santo, lo cual tenderá a separarlos cada vez más
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del mundo y les hará encontrar su consuelo y su gozo principal en las
cosas del cielo, su dulce hogar. El poder de atracción hacia Dios y el
cielo será entonces tan grande que nada podrá desviar sus mentes del
gran propósito de asegurar la salvación del alma y honrar y glorificar
a Dios.
A medida que comprendo cuánto fué hecho en nuestro favor
para mantenernos en la justicia, me siento inducida a exclamar:
¡Oh! ¡qué amor! ¡qué maravilloso amor tuvo el Hijo de Dios hacia
nosotros, pobres pecadores! ¿Nos dejaremos vencer por el estupor
y la negligencia mientras se hace en favor de nuestra salvación
todo lo que puede ser hecho? Todo el cielo se interesa por nosotros.
Debemos estar despiertos para honrar, glorificar y adorar al Alto y