Página 173 - Primeros Escritos (1962)

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El primer advenimiento de Cristo
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aferró a la familia de su padre para gozar de su compañía, sino que
se apartó de ella para cumplir su misión. Muchedumbres dejaban
las atareadas ciudades y aldeas y se aglomeraban en el desierto para
oir las palabras del asombroso profeta. Juan aplicaba la segur a la
raíz del árbol. Reprobaba el pecado sin temer las consecuencias, y
preparaba el camino para el Cordero de Dios.
Herodes fué afectado mientras escuchaba los testimonios po-
derosos y directos de Juan, y con profundo interés averiguó qué
debía hacer para llegar a ser su discípulo. Juan sabía que estaba por
casarse con la esposa de su hermano mientras que éste último vivía
todavía, y dijo fielmente a Herodes que esto no era lícito. Herodes
no estaba dispuesto a hacer sacrificio alguno. Se casó con la esposa
de su hermano y, por influencia de ella, apresó a Juan y lo puso en la
cárcel, con la intención de soltarlo más tarde. Mientras estaba en la
cárcel, Juan oyó a sus discípulos hablar de las grandes obras de Jesús.
El no podía oir sus palabras misericordiosas; pero los discípulos le
informaron y lo consolaron con lo que habían oído. Antes de mucho
Juan fué decapitado por influencia de la mujer de Herodes. Vi que
los discípulos más humildes que seguían a Jesús, que presenciaban
sus milagros y oían las palabras de consuelo que caían de sus labios,
eran mayores que Juan el Bautista; es decir, eran más exaltados y
honrados, y tenían más placer en su vida.
Juan vino con el espíritu y el poder de Elías a proclamar el primer
advenimiento de Jesús. Se me señalaron los últimos días y vi que
Juan representaba a aquellos que iban a salir con el espíritu y el
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poder de Elías para pregonar el día de ira y el segundo advenimiento
de Jesús.
Después de bautizado Jesús en el Jordán, lo condujo el Espíritu
al desierto para que el demonio lo tentara. El Espíritu Santo lo había
preparado para aquella escena singular de terrible tentación. Durante
cuarenta días estuvo tentándole Satanás, y en todo ese tiempo no
probó Jesús bocado alguno. Todo cuanto le rodeaba era desagradable
para la naturaleza humana. Estaba con el demonio y las fieras en
un paraje desolado y desierto. El ayuno y los sufrimientos habían
vuelto pálido y macilento el rostro del Hijo de Dios; pero su carrera
estaba señalada, y debía llevar a cabo la obra que había venido a
realizar.