Página 18 - Primeros Escritos (1962)

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de los acontecimientos que se iban a realizar en cumplimiento de la
profecía relativa al primer advenimiento de Cristo, los adventistas
de 1844 sufrieron un gran chasco en relación con la profecía que
anunciaba la segunda venida de Cristo. Acerca de esto leemos:
“Jesús no vino a la tierra, como lo esperaba la compañía que
le aguardaba gozosa, para purificar el santuario, limpiando la tierra
por fuego. Vi que era correcto su cálculo de los períodos proféticos;
el tiempo profético había terminado en 1844, y Jesús entró en el
lugar santísimo para purificar el santuario al fin de los días. La
equivocación de ellos consistió en no comprender lo que era el
santuario ni la naturaleza de su purificación.”—[
Primeros Escritos,
243
.]
Casi inmediatamente después del chasco de octubre, muchos
creyentes y pastores que se habían adherido al mensaje adventista
se apartaron de él. Otros fueron arrebatados por el fanatismo. Más
o menos la mitad de los adventistas siguió creyendo que Cristo no
tardaría en aparecer en las nubes del cielo. Al verse expuestos a
las burlas del mundo, las consideraron como pruebas de que había
pasado el tiempo de gracia para el mundo. Creían firmemente que el
día del advenimiento se acercaba. Pero cuando los días se alargaron
en semanas y el Señor no apareció, se produjo una división de opi-
niones en el grupo mencionado. Una parte, numéricamente grande,
decidió que la profecía no se había cumplido en 1844 y que sin
duda se había producido un error al calcular los períodos proféticos.
Comenzaron nuevamente a fijar fechas. Otro grupo menor, que vino
a ser el de los antecesores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día,
hallaba certeras las evidencias de la obra del Espíritu Santo en el
gran despertar, y consideraba imposible negar que el movimiento
[xvi]
fuese obra de Dios, pues hacer esto habría sido despreciar al Espíritu
de gracia.
Para este grupo, la obra que debían hacer y lo que experimen-
taban estaba descrito en los últimos versículos de Apocalipsis 10.
Debían reavivar la expectación. Dios los había conducido y seguía
conduciéndolos. En sus filas militaba una joven llamada Elena Har-
mon, quien recibió de Dios, en diciembre de 1844, una revelación
profética. En esa visión el Señor le mostró la peregrinación del
pueblo adventista hacia la áurea ciudad. La visión no explicaba el
motivo del chasco, si bien la explicación podía obtenerse del estudio