Página 184 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
para ellos mismos. Habían de perder sus cargos o condenar a muerte
a Jesús; pero después que le diesen muerte, quedarían los que eran
vivos monumentos de su poder. Jesús había resucitado a Lázaro
de entre los muertos, y los fariseos temían que si mataban a Jesús,
Lázaro atestiguaría su grandioso poder. La gente acudía en tropel
a ver al resucitado de entre los muertos, por lo que los caudillos
determinaron matar también a Lázaro y suprimir así la excitación
popular. Después recobrarían su influencia sobre el pueblo, y lo
convertirían de nuevo a las tradiciones y doctrinas humanas, para
que siguiera diezmando la menta y la ruda. Convinieron en prender
a Jesús cuando estuviera solo, porque si intentaban apoderarse de él
en medio de la multitud interesada en escucharle, serían apedreados.
Sabía Judas cuán ansiosos estaban los príncipes de los sacerdotes
de apoderarse de Jesús, y ofrecióles entregárselo por unas cuantas
monedas de plata. Su amor al dinero lo indujo a entregar a su Señor
en manos de sus más acérrimos enemigos. Satanás obraba directa-
mente por medio de Judas, y durante las conmovedoras escenas de la
última cena, el traidor ideaba planes para entregar a su Maestro. Con-
tristado dijo Jesús a sus discípulos que todos serían escandalizados
en él aquella noche. Pero Pedro afirmó ardorosamente que aunque
todos fuesen escandalizados, él no lo sería. Jesús dijo a Pedro: “He
aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo
he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a
tus hermanos.”.
Lucas 22:31, 32
.
Contemplé a Jesús en el huerto con sus discípulos. Con profunda
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tristeza les mandó orar para que no cayesen en tentación. Sabía él
que su fe iba a ser probada, y frustrada su esperanza, por lo que
necesitarían toda la fortaleza que pudieran obtener por estrecha
vigilancia y ferviente oración. Con copioso llanto y gemidos, oraba
Jesús diciendo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya.” El Hijo de Dios oraba en agonía.
Gruesas gotas de sangre se formaban en su rostro y caían al suelo.
Los ángeles se cernían sobre aquel paraje, presenciando la escena;
pero sólo uno fué comisionado para ir a confortar al Hijo de Dios
en su agonía. No había gozo en el cielo; los ángeles se despojaron
de sus coronas y las arrojaron con sus arpas y contemplaban a Jesús
con profundísimo interés y en silencio. Deseaban rodear al Hijo de
Dios; pero los ángeles en comando no se lo permitieron, por temor