Página 187 - Primeros Escritos (1962)

Basic HTML Version

El enjuiciamiento de Cristo
183
mente diciendo: “¡Salve, Rey de los judíos!” Luego le quitaban la
caña de las manos y le golpeaban con ella la cabeza, de modo que
las espinas de la corona le penetraban las sienes, ensangrentándole
el rostro y la barba.
Era difícil para los ángeles soportar la vista de aquel espectáculo.
Hubieran libertado a Jesús, pero sus caudillos se lo prohibían dicien-
do que era grande el rescate que se había de pagar por el hombre;
pero que sería completo y causaría la muerte aun del que tenía el
imperio de la muerte. Jesús sabía que los ángeles presenciaban la
escena de su humillación. El más débil de entre ellos hubiera bastado
para derribar aquella turba de mofadores y libertar a Jesús, quien
sabía también que, con sólo pedírselo a su Padre, los ángeles le
hubieran librado instantáneamente. Pero era necesario que sufriese
la violencia de los malvados para cumplir el plan de salvación.
Jesús se mantenía manso y humilde ante la enfurecida multitud
que tan vilmente lo maltrataba. Le escupían en el rostro, aquel rostro
del que algún día querrán ocultarse, y que ha de iluminar la ciudad
de Dios con mayor refulgencia que el sol. Cristo no echó sobre sus
verdugos ni una mirada de cólera. Cubriéndole la cabeza con una
vestidura vieja, le vendaron los ojos y, abofeteándole, exclamaban:
“Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?” Los ángeles se conmovieron;
hubieran libertado a Jesús en un momento, pero sus dirigentes los
retuvieron.
Algunos discípulos habían logrado entrar donde Jesús estaba,
y presenciar su pasión. Esperaban que manifestase su divino po-
[171]
der librándose de manos de sus enemigos y castigándolos por la
crueldad con que le trataban. Sus esperanzas se despertaban y se
desvanecían alternativamente según iban sucediéndose las escenas.
A veces dudaban y temían haber sido víctimas de un engaño. Pero la
voz oída en el monte de la transfiguración y la gloria que allí habían
contemplado fortalecían su creencia de que Jesús era el Hijo de
Dios. Recordaban las escenas que habían presenciado, los milagros
hechos por Jesús al sanar a los enfermos, dar vista a los ciegos y
oído a los sordos, al reprender y expulsar a los demonios, resucitar
muertos y calmar los vientos y las olas. No podían creer que hubiese
de morir. Esperaban que aún se levantaría con poder e imperiosa voz
para dispersar la multitud sedienta de sangre, como cuando entró
en el templo y arrojó de allí a los que convertían la casa de Dios en