Página 189 - Primeros Escritos (1962)

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El enjuiciamiento de Cristo
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minal. Sus ojos eran benignos, claros, indómitos; y su frente, amplia
y alta. Todos los rasgos de su fisonomía expresaban enérgicamente
benevolencia y nobles principios. Su paciencia y resignación eran
tan sobrehumanas, que muchos temblaban. Aun Herodes y Pilato se
conturbaron grandemente ante su noble y divina apostura.
Desde un principio se convenció Pilato de que Jesús no era un
hombre como los demás. Lo consideraba un personaje de excelen-
te carácter y de todo punto inocente de las acusaciones que se le
imputaban. Los ángeles testigos de la escena observaban el conven-
cimiento del gobernador romano, y para disuadirle de la horrible
acción de entregar a Cristo para que lo crucificaran, fué enviado un
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ángel a la mujer de Pilato, para que le dijera en sueños que era el
Hijo de Dios a quien estaba juzgando su esposo y que sufría inocen-
temente. Ella envió en seguida un recado a Pilato refiriéndole que
había tenido un sueño muy penoso respecto a Jesús, y aconsejándole
que no hiciese nada contra aquel santo varón. El mensajero, abrién-
dose apresuradamente paso por entre la multitud, entregó la carta
en las propias manos de Pilato. Al leerla, éste tembló, palideció y
resolvió no hacer nada por su parte para condenar a muerte a Cristo.
Si los judíos querían la sangre de Jesús, él no prestaría su influencia
para ello, sino que se esforzaría por libertarlo.
Cuando Pilato supo que Herodes estaba en Jerusalén, sintió un
gran alivio, porque con esto esperó verse libre de toda responsabi-
lidad en el proceso y condena de Jesús. En seguida envió a Jesús,
con sus acusadores, a la presencia de Herodes. Este príncipe se ha-
bía endurecido en el pecado. El asesinato de Juan el Bautista había
dejado en su conciencia una mancha que no le era posible borrar,
y al enterarse de los portentos obrados por Jesús, había temblado
de miedo creyendo que era Juan el Bautista resucitado de entre los
muertos. Cuando Jesús fué puesto en sus manos por Pilato, consideró
Herodes aquel acto como un reconocimiento de su poder, autoridad
y magistratura, y por ello se reconcilió con Pilato, con quien estaba
enemistado. Herodes tuvo mucho gusto en ver a Jesús y esperó que
para satisfacerle obraría algún prodigio; pero la obra de Jesús no
consistía en satisfacer curiosidades ni procurar su propia seguridad.
Su poder divino y milagroso había de ejercerse en la salvación del
género humano, y no en su provecho particular.