Página 190 - Primeros Escritos (1962)

Basic HTML Version

186
Primeros Escritos
Nada respondió Jesús a las muchas preguntas de Herodes ni a
sus enemigos que vehementemente le acusaban. Herodes se enfure-
ció porque Jesús no parecía temer su poder, y con sus soldados se
mofó del Hijo de Dios, le escarneció y le maltrató. Sin embargo, se
asombró del noble y divino aspecto de Jesús cuando le maltrataban
[174]
bochornosamente y, temeroso de condenarle, le volvió a enviar a
Pilato.
Satanás y sus ángeles tentaban a Pilato y procuraban arrastrarle
a la ruina. Le sugirieron la idea de que si no condenaba a Jesús,
otros le condenarían. La multitud estaba sedienta de su sangre, y si
no lo entregaba para ser crucificado, perdería su poder y honores
mundanos y se le acusaría de creer en el impostor. Temeroso de
perder su poder y autoridad, consintió Pilato en la muerte de Jesús.
No obstante, puso su sangre sobre los acusadores, y la multitud la
aceptó exclamando a voz en cuello: “Su sangre sea sobre nosotros, y
sobre nuestros hijos.” Sin embargo, Pilato no fué inocente, y resultó
culpable de la sangre de Cristo. Por interés egoísta, por el deseo
de ser honrado por los grandes de la tierra, entregó a la muerte a
un inocente. Si Pilato hubiese obedecido a sus convicciones, nada
hubiese tenido que ver con la condena de Jesús.
El aspecto y las palabras de Jesús durante su proceso impresio-
naron el ánimo de muchos de los que estaban presentes en aquella
ocasión. El resultado de la influencia así ejercida se hizo patente
después de su resurrección. Entre quienes entonces ingresaron en la
iglesia, se contaban muchos cuyo convencimiento databa del proceso
de Jesús.
Grande fué la ira de Satanás al ver que toda la crueldad que por
incitación suya habían infligido los judíos a Jesús, no le había arran-
cado la más leve queja. Aunque se había revestido de la naturaleza
humana, estaba sustentado por divina fortaleza, y no se apartó en lo
más mínimo de la voluntad de su Padre.
[175]