Página 194 - Primeros Escritos (1962)

Basic HTML Version

190
Primeros Escritos
como Rey, escoltado en su regreso por todas las huestes angélicas
que, con cánticos de victoria, atribuirán majestad y poderío al que
fué muerto, y sin embargo, vive aún como poderoso vencedor.
El pobre, débil y mísero hombre escupió en el rostro del Rey de
gloria, y las turbas respondieron con una brutal gritería de triunfo al
degradante insulto. Con crueles bofetadas desfiguraron aquel rostro
que henchía los cielos de admiración. Pero quienes le maltrataron
volverán a contemplar aquel rostro brillante como el sol meridiano e
intentarán huir delante de su mirada. En vez de la brutal gritería de
triunfo, se lamentarán acerca de él.
Jesús mostrará sus manos señaladas por los estigmas de su cruci-
[179]
fixión. Siempre perdurarán los rastros de esa crueldad. Cada estigma
de los clavos hablará de la maravillosa redención del hombre y del
subidísimo precio que costó. Quienes le traspasaron con la lanza
verán la herida y deplorarán con profunda angustia la parte que
tomaron en desfigurar su cuerpo.
Sus asesinos se sintieron muy molestados por la inscripción:
“Rey de los judíos,” colocada en la cruz sobre la cabeza del Salvador;
pero ha de llegar el día en que estarán obligados a verle en toda su
gloria y regio poderío. Contemplarán la inscripción: “Rey de reyes
y Señor de señores” escrita con vívidos caracteres en su túnica y en
su muslo. Al verle pendiente de la cruz, clamaron en son de mofa
los príncipes de los sacerdotes: “El Cristo, Rey de Israel, descienda
ahora de la cruz, para que veamos y creamos.” Pero cuando vuelva
le verán con regio poder y autoridad, y no pedirán pruebas de si es
Rey de Israel, sino que, abrumados por el influjo de su majestad y
excelsa gloria no tendrán más remedio que reconocer: “Bendito el
que viene en nombre del Señor.”
Los enemigos de Jesús se conturbaron y sus verdugos se estreme-
cieron cuando al exhalar el potente grito:
“Consumado es,”
entregó
la vida, y tembló el suelo, se hendieron las peñas y las tinieblas
cubrieron la tierra. Los discípulos se admiraron de tan singulares
manifestaciones, pero sus esperanzas estaban anonadadas. Temían
que los judíos procurasen matarlos a ellos también. Estaban seguros
de que el odio manifestado contra el Hijo de Dios no terminaría
allí. Pasaron solitarias horas llorando la pérdida de sus esperanzas.
Habían confiado en que Jesús reinase como príncipe temporal, pero
sus esperanzas murieron con él. En su triste desconsuelo, dudaban