Página 195 - Primeros Escritos (1962)

Basic HTML Version

La crucifixión de Cristo
191
de si no les habría engañado. Aun su misma madre vacilaba en creer
que fuese el Mesías.
A pesar del desengaño sufrido por los discípulos acerca de sus
esperanzas con respecto a Jesús, todavía le amaban y querían dar
honrosa sepultura a su cuerpo, pero no sabían cómo lograrlo. José
[180]
de Arimatea, un rico e influyente consejero de entre los judíos, y fiel
discípulo de Jesús, se dirigió en privado pero con entereza a Pilato,
pidiéndole el cuerpo del Salvador. No se atrevió a ir abiertamente por
temor al odio de los judíos. Los discípulos temían que se procuraría
impedir que el cuerpo de Cristo recibiese honrosa sepultura. Pilato
accedió a la demanda, y los discípulos bajaron de la cruz el inani-
mado cuerpo, lamentando con profunda angustia sus malogradas
esperanzas. Cuidadosamente envolvieron el cuerpo en un sudario de
lino fino y lo enterraron en un sepulcro nuevo, propiedad de José.
Las mujeres que habían seguido humildemente a Jesús en vida,
no quisieron separarse de él hasta verlo sepultado en la tumba y ésta
cerrada con una pesadísima losa de piedra, para que sus enemigos
no viniesen a robar el cuerpo. Pero no necesitaban temer, porque
vi que las huestes angélicas vigilaban solícitamente el sepulcro de
Jesús, esperando con vivo anhelo la orden de cumplir su parte en la
obra de librar de su cárcel al Rey de gloria.
Los verdugos de Cristo temían que todavía pudiese volver a la
vida y escapárseles de las manos, por lo que pidieron a Pilato una
guardia de soldados para que cuidasen el sepulcro hasta el tercer
día. Esto les fué concedido y fué sellada la losa de la entrada del
sepulcro, a fin de que los discípulos no vinieran a llevarse el cuerpo
y decir después que había resucitado de entre los muertos.
[181]