Página 200 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
El primer día de la semana, muy temprano, antes que amanecie-
se, las santas mujeres llegaron al sepulcro con aromas para ungir el
cuerpo de Jesús. Vieron que la losa había sido apartada de la entrada
y el sepulcro estaba vacío. Temerosas de que los enemigos hubie-
sen robado el cuerpo, se les sobresaltó el corazón; pero de pronto
contemplaron a los dos ángeles vestidos de blanco con refulgentes
rostros. Estos seres celestiales comprendieron la misión que venían
a cumplir las mujeres, e inmediatamente les dijeron que Jesús no
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estaba allí, pues había resucitado, y en prueba de ello podían ver
el lugar donde había yacido. Les mandaron que fueran a decir a
los discípulos que Jesús iba delante de ellos a Galilea. Con gozoso
temor se apresuraron las mujeres a buscar a los afligidos discípulos
y les refirieron cuanto habían visto y oído.
Los discípulos no podían creer que Cristo hubiese resucitado,
pero se encaminaron presurosos al sepulcro con las mujeres que les
habían traído la noticia. Vieron que Jesús no estaba allí, y aunque
el sudario y los lienzos dejados en el sepulcro eran una prueba, se
resistían a creer la buena nueva de que hubiese resucitado de entre
los muertos. Volvieron a sus casas maravillados de lo que habían
visto y del relato de las mujeres. Pero María prefirió quedarse cerca
del sepulcro, pensando en lo que acababa de ver y angustiada por la
idea de que pudiera haberse engañado. Presentía que la aguardaban
nuevas pruebas. Su pena recrudeció y prorrumpió en amargo llanto.
Se agachó a mirar otra vez el interior del sepulcro, y vió a dos ángeles
vestidos de blanco, uno sentado a la cabecera del sepulcro, y el otro
a los pies. Le hablaron tiernamente preguntándole por qué lloraba,
y ella respondió: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han
puesto.”
Al volverse atrás, María vió a Jesús allí cerca; pero no lo conoció.
El le habló suavemente, preguntándole la causa de su tristeza y a
quién buscaba. Suponiendo María que se trataba del hortelano, le
suplicó que si se había llevado a su Señor, le dijera en dónde lo había
puesto para llevárselo ella. Entonces Jesús le habló con su propia
voz celestial, diciendo: “¡María!” Ella reconoció el tono de aquella
voz querida, y prestamente respondió: “¡Maestro!” con tal gozo que
quiso abrazarlo. Pero Jesús le dijo: “No me toques, porque aún no he
subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre
y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.” Alegremente se fué
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