Página 208 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
a los apóstoles y ordenarles so pena de muerte que no hablasen más
en el nombre de Jesús. Pero Pedro declaró audazmente que no podían
sino relatar las cosas que habían visto y oído.
Por el poder de Jesús los discípulos continuaron sanando a los
afligidos y a los enfermos que les eran traídos. Diariamente se
alistaban centenares bajo la bandera de un Salvador crucificado,
resucitado y ascendido al cielo. Los sacerdotes y ancianos, y los que
actuaban con ellos, estaban alarmados. Nuevamente encarcelaron
a los apóstoles, esperando que la excitación se calmase. Satanás y
sus ángeles se regocijaban; pero los ángeles de Dios abrieron las
puertas de la cárcel y, contrariando la orden de los príncipes de los
sacerdotes y ancianos, dijeron a los apóstoles: “Id, y puestos en pie
en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida.”
El concilio se congregó y mandó buscar a los presos. Los algua-
ciles abrieron las puertas de la cárcel; pero allí no estaban aquellos a
quienes buscaban. Volvieron a los sacerdotes y ancianos y dijeron:
“Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los
guardas afuera de pie ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie
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hallamos dentro.” “Pero viniendo uno, les dió esta noticia: He aquí,
los varones que pusisteis en la cárcel están en el templo, y enseñan
al pueblo. Entonces fué el jefe de la guardia con los alguaciles, y
los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.
Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacer-
dote les preguntó, diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que
no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén
de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese
hombre.”
Aquellos dirigentes judíos eran hipócritas; más que a Dios ama-
ban la alabanza de los hombres. Sus corazones se habían endurecido
de tal manera que las mayores obras realizadas por los apóstoles no
hacían sino enfurecerlos. Sabían que si los discípulos predicaban a
Jesús, su crucifixión, resurrección y ascensión, esto haría resaltar su
culpabilidad como homicidas de Cristo. No estaban tan dispuestos a
recibir la sangre de Jesús como cuando clamaron vehementemente:
“Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.”
Los apóstoles declararon valientemente que debían obedecer a
Dios antes que a los hombres. Dijo Pedro: “El Dios de nuestros
padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en