Página 217 - Primeros Escritos (1962)

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Los judíos deciden matar a Pablo
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ángeles del Señor los acompañaron en esa cárcel interior, e hicieron
que su encarcelamiento redundase para gloria de Dios y demostrase
a la gente que Dios impulsaba la obra y acompañaba a sus siervos
escogidos.
A la media noche, Pablo y Silas estaban orando y cantando
alabanzas a Dios, cuando de repente se produjo un gran terremoto,
de manera que los fundamentos de la cárcel fueron sacudidos; y
vi que inmediatamente el ángel de Dios soltó las ataduras de cada
preso. El carcelero, al despertarse y ver abiertas las puertas de la
cárcel, tuvo miedo. Pensó que los presos habían escapado, y que él
iba a ser castigado con la muerte. Pero cuando estaba por matarse,
Pablo clamó con fuerte voz diciendo: “No te hagas ningún mal, pues
todos estamos aquí.”
El poder de Dios convenció al carcelero. Pidió luz, entró y fué
temblando para postrarse delante de Pablo y Silas. Luego, sacándo-
los, dijo: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” Y ellos dijeron:
“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” El carcelero
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reunió entonces a todos los de su casa, y Pablo les predicó a Jesús.
Así quedó el corazón del carcelero unido al de sus hermanos, y
lavó las heridas dejadas por los azotes, y él y toda su casa fueron
bautizados aquella noche. Puso luego comida delante de ellos, y se
regocijó creyendo en Dios con toda su casa.
Las maravillosas nuevas de la manifestación del poder de Dios
que había abierto las puertas de la cárcel, y había convertido al carce-
lero y su familia, se difundieron pronto. Los magistrados las oyeron
y temieron. Mandaron palabra al carcelero para pedirle que liberase
a Pablo y Silas. Pero Pablo no quiso dejar la cárcel en forma privada;
no quería que se ocultase la manifestación del poder de Dios. Dijo:
“Después de azotarnos públicamente sin sentencia judicial, siendo
ciudadanos romanos, nos echaron en la cárcel, ¿y ahora nos echan
encubiertamente? No, por cierto, sino vengan ellos mismos a sacar-
nos.” Cuando esas palabras fueron repetidas a los magistrados, y se
supo que los apóstoles eran ciudadanos romanos, los gobernantes
se alarmaron por temor de que se quejasen al emperador de haber
sido tratados ilícitamente. Así que ellos vinieron, les rogaron, y los
sacaron de la cárcel, deseosos de que saliesen de la ciudad.
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