Página 241 - Primeros Escritos (1962)

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Guillermo Miller
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también Guillermo Miller y los que se le unieron proclamaron al
mundo la inminencia del segundo advenimiento del Hijo de Dios.
Se me transportó a la era apostólica y se me mostró que Dios
había confiado una obra especial a su amado discípulo Juan. Satanás
quiso impedir esta obra e indujo a sus siervos a que matasen a Juan;
pero Dios le libró milagrosamente por medio de su ángel. Todos
cuantos presenciaron el gran poder de Dios en la liberación de Juan,
quedaron atónitos, y muchos se convencieron de que Dios estaba
con él, y que era verdadero el testimonio que daba de Jesús. Quienes
trataban de matarlo temieron atentar de nuevo contra su vida, y le
fué permitido seguir sufriendo por Jesús. Finalmente sus enemigos
le acusaron calumniosamente y fué desterrado a una isla solitaria,
donde el Señor envió a su ángel para revelarle eventos que iban a
suceder en la tierra y la condición de la iglesia hasta el tiempo del
fin,—sus apostasías y la posición que ocuparía si agradaba a Dios y
obtenía la victoria final.
El ángel del cielo llegóse majestuosamente a Juan, reflejando
en su semblante la excelsa gloria de Dios. Reveló a Juan escenas
de profundo y conmovedor interés en la historia de la iglesia de
Dios, y le presentó los conflictos peligrosos que habrían de sufrir
los discípulos de Cristo. Juan los vió atravesando durísimas pruebas
en que se fortalecían y purificaban para triunfar por fin victoriosa
y gloriosamente salvados en el reino de Dios. El aspecto del ángel
rebosaba de gozo y refulgía extremadamente mientras mostraba a
Juan el triunfo final de la iglesia de Dios. Al contemplar el apóstol la
liberación final de la iglesia, quedó arrobado por la magnificencia del
espectáculo, y con profunda reverencia y pavor postróse a los pies del
ángel para adorarle. El mensajero celestial lo alzó instantáneamente
del suelo y suavemente le reconvino diciendo: “Mira, no lo hagas;
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yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio
de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu
de la profecía.” Después el ángel le mostró a Juan la ciudad celestial
en todo su esplendor y refulgente gloria; y él, absorto y abrumado,
olvidándose de la anterior reconvención del ángel, postróse de nuevo
a sus pies para adorarle. También esta vez le reconvino el ángel,
diciéndole: “Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de
tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este
libro. Adora a Dios.”