Página 245 - Primeros Escritos (1962)

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El mensaje del primer ángel
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Los ministros que no querían aceptar este mensaje salvador, es-
torbaron a quienes lo hubieran recibido. La sangre de las almas está
sobre ellos. Los predicadores y la gente se coligaron en oposición a
este mensaje del cielo, para perseguir a Guillermo Miller y a quienes
con él se unían en la obra. Se hicieron circular calumnias para per-
judicar su influencia, y diferentes veces, después de declarar Miller
el consejo de Dios e infundir contundentes verdades en el corazón
del auditorio, se encendía violenta cólera contra él, y al salir del
lugar de la reunión le acechaban algunos para quitarle la vida. Pero
Dios envió ángeles para protegerlo, y le salvaron de manos de las
enfurecidas turbas. Su obra no estaba aún terminada.
Los más devotos recibían alegremente el mensaje. Sabían que
dimanaba de Dios, y que había sido dado en tiempo oportuno. Los
ángeles contemplaban con profundísimo interés el resultado del
mensaje celestial, y cuando las iglesias se desviaban de él y lo re-
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chazaban, consultaban ellos tristemente con Jesús, quién apartaba su
rostro de las iglesias y ordenaba a sus ángeles que velasen fielmente
sobre las preciosas almas que no rechazaban el testimonio, porque
aún había de iluminarlas otra luz.
Vi que si los que se llamaban cristianos hubiesen amado la apari-
ción de su Salvador y hubiesen puesto en él sus afectos, convencidos
de que nada en la tierra podía compararse con él, habrían escuchado
gozosos la primera intimación de su advenimiento. Pero el desagrado
que manifestaban al oír hablar de la venida de su Señor, era prueba
concluyente de que no le amaban. Satanás y sus ángeles triunfaban
echando en cara a Cristo y sus ángeles que quienes profesaban ser
su pueblo tenían tan poco amor a Jesús que no deseaban su segundo
advenimiento.
Vi a los hijos de Dios que esperaban gozosamente a su Señor.
Pero Dios quería probarlos. Su mano encubrió un error cometido
al computar los períodos proféticos. Quienes esperaban a su Señor
no advirtieron la equivocación ni tampoco la echaron de ver los
hombres más eruditos que se oponían a la determinación de la fecha.
Dios quiso que su pueblo tropezase con un desengaño. Pasó la fecha
señalada, y quienes habían esperado con gozosa expectación a su
Salvador quedaron tristes y descorazonados, mientras que quienes no
habían amado la aparición de Jesús, pero por miedo habían aceptado
el mensaje, se alegraron de que no viniese cuando se le esperaba.