Página 260 - Primeros Escritos (1962)

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El santuario
Se me mostró el amargo chasco que sufrió el pueblo de Dios por
no ver a Jesús en la fecha en que lo esperaba. No sabían por qué el
Salvador no había venido, pues no veían prueba alguna de que no
hubiese terminado el tiempo profético. Dijo el ángel: “¿Ha fallado
la palabra de Dios? ¿Ha faltado Dios en cumplir sus promesas?
No; ha cumplido cuanto prometió. Jesús se ha levantado a cerrar
la puerta del lugar santo del santuario celestial, y ha abierto una
puerta en el lugar santísimo y ha entrado a purificar el santuario.
Todos los que esperan pacientemente comprenderán el misterio. El
hombre se ha equivocado; pero no ha habido fracaso por parte de
Dios. Todo cuanto Dios prometió se ha cumplido; pero el hombre
creía equivocadamente que la tierra era el santuario que debía ser
purificado al fin de los períodos proféticos. Lo que ha fracasado fué
la expectación del hombre, no la promesa de Dios.”
Jesús envió sus ángeles a dirigir la atención de los desalentados
hacia el lugar santísimo adonde él había ido para purificar el santua-
rio y hacer expiación especial por Israel. Jesús dijo a los ángeles que
todos cuantos lo hallaran comprenderían la obra que iba a efectuar.
Vi que mientras Jesús estuviera en el santuario se desposaría con la
nueva Jerusalén, y una vez cumplida su obra en el lugar santísimo
descendería a la tierra con regio poder para llevarse consigo las
preciosas almas que hubiesen aguardado pacientemente su regreso.
Se me mostró lo que había ocurrido en el cielo al terminar en
1844 los períodos proféticos. Cuando Jesús concluyó su ministerio
en el lugar santo y cerró la puerta de ese departamento, densas
tinieblas envolvieron a quienes habían oído y rechazado el mensaje
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de su advenimiento y lo habían perdido de vista a él. Jesús se revistió
entonces de preciosas vestiduras. Alrededor de la orla inferior de su
manto ostentaba en alternada sucesión una campanilla y una granada.
De sus hombros colgaba un pectoral de curiosa labor. Cuando él
andaba, el pectoral refulgía como diamantes y se ampliaban unas
letras que parecían nombres escritos o grabados en el pectoral. En
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