Página 261 - Primeros Escritos (1962)

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El santuario
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la cabeza llevaba algo que parecía una corona. Una vez que estuvo
completamente ataviado, le rodearon los ángeles y en un flamígero
carro penetró tras el segundo velo.
Se me ordenó entonces que observara los dos departamentos
del santuario celestial. La cortina, o puerta, estaba abierta y se me
permitió entrar. En el primer departamento vi el candelabro de siete
lámparas, la mesa de los panes de la proposición, el altar del incienso,
y el incensario. Todos los enseres de este departamento parecían de
oro purísimo y reflejaban la imagen de quien allí entraba. La cortina
que separaba los dos departamentos era de diferentes materiales
y colores, con una hermosa orla en la que había figuras de oro
labrado que representaban ángeles. El velo estaba levantado y miré
el interior del segundo departamento, donde vi un arca al parecer de
oro finísimo. El borde que rodeaba la parte superior del arca era una
hermosa labor en figura de coronas. En el arca estaban las tablas de
piedra con los diez mandamientos.
Dos hermosos querubines estaban de pie en cada extremo del
arca con las alas desplegadas sobre ella, y tocándose una a otra por
encima de la cabeza de Jesús, de pie ante el propiciatorio. Estaban los
querubines cara a cara, pero mirando hacia el arca, en representación
de toda la hueste angélica que contemplaba con interés la ley de
Dios. Entre los querubines había un incensario de oro, y cuando
las oraciones de los santos, ofrecidas con fe, subían a Jesús y él
las presentaba a su Padre, una nube fragante subía del incienso
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a manera de humo de bellísimos colores. Encima del sitio donde
estaba Jesús ante el arca, había una brillantísima gloria que no pude
mirar. Parecía el trono de Dios. Cuando el incienso ascendía al Padre,
la excelsa gloria bajaba del trono hasta Jesús, y de él se derramaba
sobre aquellos cuyas plegarias habían subido como suave incienso.
La luz se derramaba sobre Jesús en copiosa abundancia y cubría
el propiciatorio, mientras que la estela de gloria llenaba el templo.
No pude resistir mucho tiempo el vivísimo fulgor. Ninguna lengua
acertaría a describirlo. Quedé abrumada y me desvié de la majestad
y gloria del espectáculo.
También se me mostró en la tierra un santuario con dos departa-
mentos. Se parecía al del cielo, y se me dijo que era una figura del
celestial. Los enseres del primer departamento del santuario terrestre
eran como los del primer departamento del celestial. El velo estaba