Página 264 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
los ojos hacia atrás, recapitulando el pasado, desde la proclamación
del segundo advenimiento de Jesús hasta la experiencia sufrida al
transcurrir la fecha de 1844. Vieron la explicación de su chasco, y
de nuevo los alentó una gozosa certidumbre. El tercer ángel había
esclarecido el pasado, el presente y el porvenir, y ellos sabían que
en efecto Dios los había guiado con su misteriosa providencia.
Se me mostró que el residuo siguió por la fe a Jesús en el lugar
santísimo, y al contemplar el arca y el propiciatorio, fué cautiva-
do por su esplendor. Jesús levantó entonces la tapa del arca, y he
aquí que se vieron las tablas de piedra con los diez mandamientos
grabados en ellas. El residuo leyó aquellos vívidos oráculos, pero
retrocedió tembloroso al ver que el cuarto mandamiento estaba ro-
deado de una aureola de gloria y brillaba en él una luz mucho más
viva que en los otros nueve. Ningún indicio encontró allí de que
el descanso sabático se hubiese abolido o trasladado al primer día
de la semana. El mandamiento está escrito tal como lo dictó la voz
de Dios en solemne e imponente majestad sobre el monte, entre
el fulgor de los relámpagos y el estampido de los truenos. Era el
mismo mandamiento que con su propio dedo escribió en las tablas
de piedra: “Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo
día es reposo para Jehová tu Dios.” Los fieles se admiraron de la
solicitud con que estaban cuidados los diez mandamientos, puestos
junto a Jehová, cubiertos y protegidos por su santidad. Vieron que
habían estado pisoteando el cuarto mandamiento del Decálogo, ob-
servando un día transmitido por los paganos y papistas en vez del
día santificado por Jehová. Se humillaron ante Dios, y lamentaron
sus pasadas transgresiones.
Vi humear el incienso en el incensario cuando Jesús ofrecía a su
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Padre las confesiones y oraciones de los fieles. Al subir el incienso,
una luz refulgente descansaba sobre Jesús y el propiciatorio; y los
fervorosos y suplicantes miembros del residuo, que estaban atribula-
dos por haber descubierto que eran transgresores de la ley, recibieron
la bendición y sus semblantes brillaron de esperanza y júbilo. Se
unieron a la obra del tercer ángel y alzaron su voz para proclamar
la solemne amonestación. Aunque al principio eran pocos los que
la recibían, los fieles continuaron proclamando enérgicamente el
mensaje. Vi entonces que muchos abrazaban el mensaje del tercer
ángel y unían su voz con la de quienes habían dado primeramente