Página 288 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
oír las palabras del Señor. ¡Qué no dieran por oír una palabra de
aprobación de parte de Dios! Pero no; han de seguir hambrientos y
sedientos. Día tras día descuidaron la salvación, estimando en más
las riquezas y placeres de la tierra que los tesoros y alicientes del
cielo. Rechazaron a Jesús y menospreciaron a sus santos. Los sucios
permanecerán sucios para siempre.”
Muchos de los impíos se enfurecieron grandemente al sufrir los
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efectos de las plagas. Ofrecían un espectáculo de terrible agonía. Los
padres recriminaban amargamente a sus hijos y los hijos a sus padres,
los hermanos a sus hermanas y las hermanas a sus hermanos. Por
todas partes se oían llantos y gritos como éstos: “¡Tú me impediste
recibir la verdad que me hubiera salvado de esta terrible hora!” La
gente se volvía contra sus ministros con acerbo odio y los reconvenía
diciendo: “Vosotros no nos advertisteis. Nos dijisteis que el mundo
entero se iba a convertir, y clamasteis: ‘¡Paz, paz!’ para disipar
nuestros temores. Nada nos enseñasteis acerca de esta hora, y a los
que nos precavían contra ella los tildabais de fanáticos y malignos
que querían arruinarnos.” Pero vi que los ministros no se libraron de
la ira de Dios. Sus sufrimientos eran diez veces mayores que los de
sus feligreses.
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