Página 299 - Primeros Escritos (1962)

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La segunda resurrección
Jesús salió entonces de la ciudad con todo el séquito de santos
ángeles y todos los santos redimidos. Los ángeles rodearon a su Jefe
y le escoltaron durante su viaje, mientras que los santos redimidos
le seguían. Después, con terrible y pavorosa majestad, Jesús llamó
a los impíos muertos, quienes resucitaron con los mismos cuerpos
débiles y enfermizos con que habían bajado al sepulcro. ¡Qué es-
pectáculo! ¡Qué escena! En la primera resurrección todos surgieron
con inmortal florescencia; pero en la segunda se ven en todos los
estigmas de la maldición. Juntos resucitan los reyes y magnates de
la tierra, los bajos y los ruines, los eruditos y los ignorantes. Todos
contemplan al Hijo del hombre; y los mismos que le despreciaron
y escarnecieron; los que le pusieron la corona de espinas en su sa-
grada frente; los que le hirieron con la caña, le ven ahora en toda su
regia majestad. Los que le escupieron en el rostro cuando se lo juzgó
rehuyen ahora su penetrante mirada y la refulgencia de su semblante.
Quienes le traspasaron las manos y los pies con los clavos notan las
cicatrices de la crucifixión. Quienes alancearon su costado ven ahora
en su cuerpo la señal de su crueldad. Y saben que es el mismo a
quien ellos crucificaron y escarnecieron durante su expirante agonía.
Exhalan entonces un prolongado llanto de angustia mientras huyen
para esconderse de la presencia del Rey de reyes y Señor de señores.
Todos procuran ocultarse en las rocas y escudarse de la terrible
gloria de Aquel a quien una vez despreciaron. Abrumados y afligidos
por la majestad y excelsa gloria de Jesús alzan unánimemente la
voz y exclaman con terrible claridad: “¡Bendito el que viene en el
nombre del Señor!”
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Entonces Jesús y los santos ángeles, acompañados por los santos
redimidos, regresan a la ciudad y los amargos lamentos y llantos
de los impíos condenados llenan el aire. Vi que Satanás reanudaba
entonces su obra. Recorrió las filas de sus vasallos para fortalecer
a los débiles y flacos diciéndoles que él y sus ángeles eran podero-
sos. Señaló los incontables millones que habían resucitado, entre
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