Página 38 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
ta que dejé de orar y me sumí en la melancolía, y finalmente en
profunda desesperación.
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Permanecí tres semanas en esta condición mental, sin que un
solo rayo de luz atravesase las densas nubes de obscuridad que me
rodeaban. Tuve entonces dos sueños que me comunicaron un débil
rayo de luz y esperanza
Después de esto, consulté a mi consagrada
madre. Ella me explicó que yo no estaba perdida, y me aconsejó
que fuese a ver al Hno. Stockman, quien predicaba entonces a los
adventistas de Portland. Yo le tenía mucha confianza, pues era un
devoto y muy querido siervo de Cristo. Sus palabras me alentaron
y me dieron esperanza. Regresé a casa y volví a orar al Señor,
a quien le prometí que haría y sufriría cualquier cosa con tal de
que el Señor Jesús me sonriese. Se me presentó el mismo deber.
Iba a realizarse esa noche una reunión de oración y asistí a ella.
Cuando otras personas se arrodillaron para orar, me postré con ellas
temblando, y después que dos o tres hubieron orado, abrí la boca
en oración antes que me diera cuenta de ello, y las promesas de
Dios me parecieron otras tantas perlas preciosas que se recibían con
sólo pedirlas. Mientras oraba, me abandonaron la carga y la agonía
que durante tanto tiempo me habían oprimido, y la bendición de
Dios descendió sobre mí como suave rocío. Di gloria a Dios por
lo que sentía, pero deseaba más. Sólo la plenitud de Dios podía
satisfacerme. Llenaba mi alma con un amor inefable hacia el Señor
Jesús. Sobre mí pasaba una ola de gloria tras otra, hasta que mi
cuerpo quedó rígido. Perdí de vista todo lo que no fuese el Señor
Jesús y su gloria, y nada sabía de cuanto sucedía en derredor mío.
Permanecí mucho tiempo en tal condición física y mental, y
cuando me percaté de lo que me rodeaba, todo me pareció cambiado.
Todo tenía aspecto glorioso y nuevo, como si sonriese y alabase a
Dios. Estaba yo entonces dispuesta a confesar en todas partes al
Señor Jesús. En el transcurso de seis meses ni una sola nube obscu-
reció mi ánimo. Mi alma bebía diariamente abundantes raudales de
salvación. Pensando que quienes amaban al Señor Jesús debían amar
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su venida, fuí a la reunión de clases [en la Iglesia Metodista] y conté
lo que Jesús había hecho por mí y cuánta satisfacción experimentaba
al creer que el Señor venía. El director me interrumpió diciendo:
Los sueños aquí mencionados se relatan en las páginas 78-81
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