Página 42 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
entonces todos los semblantes y se tornaron negros los de aquellos a
quienes Dios había rechazado. Todos nosotros exclamamos: “¿Quién
podrá permanecer? ¿Está mi vestidura sin manchas?” Después ce-
saron de cantar los ángeles, y por un rato quedó todo en pavoroso
silencio cuando Jesús dijo: “Quienes tengan las manos limpias y
puro el corazón podrán subsistir. Bástaos mi gracia.” Al escuchar
estas palabras, se iluminaron nuestros rostros y el gozo llenó todos
los corazones. Los ángeles pulsaron una nota más alta y volvieron a
cantar, mientras la nube se acercaba a la tierra.
Luego resonó la argentina trompeta de Jesús, a medida que él
iba descendiendo en la nube, rodeado de llamas de fuego. Miró las
tumbas de sus santos dormidos. Después alzó los ojos y las manos
hacia el cielo, y exclamó: “¡Despertad! ¡Despertad! ¡Despertad los
que dormís en el polvo, y levantaos!” Hubo entonces un formidable
terremoto. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los muertos re-
vestidos de inmortalidad. Los 144.000 exclamaron: “¡Aleluya!” al
reconocer a los amigos que la muerte había arrebatado de su lado, y
en el mismo instante nosotros fuimos transformados y nos reunimos
con ellos para encontrar al Señor en el aire.
Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascen-
diendo al mar de vidrio, donde Jesús sacó coronas y nos las ciñó
con su propia mano. Nos dió también arpas de oro y palmas de
victoria. En el mar de vidrio, los 144.000 formaban un cuadrado
perfecto. Algunas coronas eran muy brillantes y estaban cuajadas de
estrellas, mientras que otras tenían muy pocas; y sin embargo, todos
estaban perfectamente satisfechos con su corona. Iban vestidos con
un resplandeciente manto blanco desde los hombros hasta los pies.
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Había ángeles en todo nuestro derredor mientras íbamos por el mar
de vidrio hacia la puerta de la ciudad. Jesús levantó su brazo potente
y glorioso y, posándolo en la perlina puerta, la hizo girar sobre sus
relucientes goznes y nos dijo: “En mi sangre lavasteis vuestras ropas
y estuvisteis firmes en mi verdad. Entrad.” Todos entramos, con el
sentimiento de que teníamos perfecto derecho a estar en la ciudad.
Allí vimos el árbol de la vida y el trono de Dios, del que fluía
un río de agua pura, y en cada lado del río estaba el árbol de la vida.
En una margen había un tronco del árbol y otro en la otra margen,
ambos de oro puro y transparente. Al principio pensé que había dos
árboles; pero al volver a mirar vi que los dos troncos se unían en