Página 76 - Primeros Escritos (1962)

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Primeros Escritos
baja la santa ciudad y se asienta en la llanura. Satanás llena entonces
a los impíos de su espíritu. Con lisonjas les hace ver que el ejército
de la ciudad es pequeño, y el suyo grande, y que ellos pueden vencer
a los santos y tomar la ciudad.
Mientras Satanás está reuniendo su ejército, los santos están en
la ciudad contemplando la hermosura y la gloria del Paraíso de Dios.
Jesús los encabeza y los guía. De repente el amable Salvador se
ausentó de nuestra compañía; pero pronto oímos su hermosa voz
que decía: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado
para vosotros desde la fundación del mundo.” Nos reunimos en
derredor de Jesús, y precisamente cuando cerraba las puertas de la
ciudad, la maldición fué pronunciada sobre los impíos. Las puertas
se cerraron. Entonces los santos usaron sus alas y subieron a la parte
superior de la muralla de la ciudad. Jesús estaba también con ellos;
su corona era gloriosa y resplandeciente. Estaba formada por una
corona dentro de otra corona, hasta un total de siete. Las coronas de
los ángeles eran del oro más puro, y estaban cuajadas de estrellas.
Sus rostros resplandecían de gloria, pues eran la imagen expresa de
Jesús; y cuando se levantaron y subieron todos juntos a la cumbre
de la ciudad, quedé arrobada por el espectáculo.
Entonces los impíos vieron lo que habían perdido; bajó sobre
ellos fuego de Dios y los consumió. Tal fué la
ejecución del juicio
.
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Los impíos recibieron entonces lo que los santos, en unión con
Jesús, les habían asignado durante los mil años. El mismo fuego
proveniente de Dios que consumió a los impíos purificó toda la
tierra. Las desgarradas montañas se derritieron con el ardiente calor;
también la atmósfera y todo el rastrojo fueron consumidos. Entonces
nuestra heredad apareció delante de nosotros, gloriosa y bella, y
heredamos toda la tierra renovada. Clamamos en alta voz: “¡Gloria!
¡Aleluya!”
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