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Primeros Escritos
Después de eso, un carro de nubes, cuyas ruedas eran como
llamas de fuego, llegó rodeado de ángeles, adonde estaba Jesús. El
entró en el carro y fué llevado al lugar santísimo, donde el Padre
estaba sentado. Allí contemplé a Jesús, el gran Sumo sacerdote, de
pie delante del Padre. En la orla de su vestidura había una campana
y una granada; luego otra campana y otra granada. Los que se
levantaron con Jesús elevaban su fe hacia él en el lugar santísimo,
y rogaban: “Padre mío, danos tu Espíritu.” Entonces Jesús soplaba
sobre ellos el Espíritu Santo. En ese aliento había luz, poder y mucho
amor, gozo y paz.
Me di vuelta para mirar la compañía que seguía postrada delante
del trono y no sabía que Jesús la había dejado. Satanás parecía estar
al lado del trono, procurando llevar adelante la obra de Dios. Vi a la
compañía alzar las miradas hacia el trono, y orar: “Padre, danos tu
Espíritu.” Satanás soplaba entonces sobre ella una influencia impía;
en ella había luz y mucho poder, pero nada de dulce amor, gozo ni
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paz. El objeto de Satanás era mantenerla engañada, arrastrarla hacia
atrás y seducir a los hijos de Dios.
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