Página 118 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Con profunda reverencia y humildad rogó: “He aquí ahora que
he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza”.
En su súplica no había confianza en sí mismo, ni jactancia de su
propia justicia. No pidió un favor basado en su obediencia, o en
los sacrificios que había hecho en cumplimiento de la voluntad de
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Dios. Siendo él mismo pecador, intercedió en favor de los pecadores.
Semejante espíritu deben tener todos los que se acercan a Dios.
Abraham manifestó la confianza de un niño que suplica a un padre
a quien ama. Se aproximó al mensajero celestial, y fervientemente
le hizo su petición. A pesar de que Lot habitaba en Sodoma, no
participaba de la impiedad de sus habitantes. Abraham pensó que en
aquella populosa ciudad debía haber otros adoradores del verdadero
Dios. Y tomando en consideración este hecho, suplicó: “Lejos de ti
el hacerlo así, que hagas morir al justo con el impío y que el justo
sea tratado como el impío. ¡Nunca tal hagas! El Juez de toda la
tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?”.
Génesis 18:25
. Abraham
no imploró una vez, sino muchas. Insistía aún a más a medida que
se le concedía lo pedido, persistió hasta que obtuvo la seguridad de
que aunque hubiera allí solamente diez personas justas, la ciudad
sería perdonada.
El amor hacia las almas a punto de perecer inspiraba las oracio-
nes de Abraham. Aunque detestaba los pecados de aquella ciudad
corrompida, deseaba que los pecadores pudieran salvarse. Su pro-
fundo interés por Sodoma demuestra la preocupación que hemos de
tener por los impíos. Debemos sentir odio hacia el pecado, y compa-
sión y amor hacia el pecador. Por todas partes, en derredor nuestro,
hay almas que van hacia una ruina tan desesperada y terrible como
la que sobrecogió a Sodoma. Cada día termina el tiempo de gracia
para algunos. Cada hora, algunos pasan más allá del alcance de la
misericordia. ¿Y dónde están las voces de amonestación y súplica
que induzcan a los pecadores a huir de esta pavorosa condenación?
¿Dónde están las manos extendidas para sacar a los pecadores de
la muerte? ¿Dónde están los que con humildad y perseverante fe
ruegan a Dios por ellos?
El espíritu de Abraham fue el espíritu de Cristo. El mismo Hijo
de Dios es el gran intercesor en favor del pecador. El que pagó el
precio de su redención conoce el valor del alma humana. Sintiendo
hacia la iniquidad un antagonismo que solo puede existir en una