Página 120 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
necesario vincular a los miembros de la familia, para construir una
barrera contra la idolatría tan generalizada y arraigada en aquel
entonces. Abraham trataba por todos los medios a su alcance de
evitar que los habitantes de su campamento se mezclaran con los
paganos y presenciaran sus prácticas idólatras; pues sabía muy bien
que la familiaridad con el mal iría corrompiendo insensiblemente
los sanos principios. Ponía el mayor cuidado en excluir toda forma
de religión falsa y en hacer comprender a los suyos la majestad y
gloria del Dios viviente como único objeto del culto.
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Fue un sabio arreglo, dispuesto por Dios mismo, el aislar a su
pueblo, en lo posible, de toda relación con los paganos, para hacer de
él un pueblo separado, que no se contase entre las naciones. Él había
separado a Abraham de sus parientes idólatras, para que el patriarca
pudiera capacitar y educar a su familia alejada de las influencias
seductoras que la hubieran rodeado en Mesopotamia, y para que la
verdadera fe fuera conservada en su pureza por sus descendientes,
de generación en generación.
El amor de Abraham hacia sus hijos y su casa lo movió a resguar-
dar su fe religiosa, y a inculcarles el conocimiento de los estatutos
divinos, como el legado más precioso que pudiera dejarles a ellos
y por su medio al mundo. A todos les enseñó que estaban bajo el
gobierno del Dios del cielo. No debía haber opresión de parte de
los padres, ni desobediencia de parte de los hijos. La ley de Dios
había designado a cada uno sus obligaciones, y solo mediante la
obediencia a dicha ley se podía obtener la felicidad y la prosperidad.
Su propio ejemplo, la silenciosa influencia de su vida cotidiana,
era una constante lección. La integridad inalterable, la benevolencia
y la desinteresada cortesía, que le habían granjeado la admiración
de los reyes, se manifestaban en el hogar. Había en esa vida una
fragancia, una nobleza y una dulzura de carácter que revelaban a
todos que Abraham estaba en relación con el cielo. No descuidaba
siquiera al más humilde de sus siervos. En su casa no había una
ley para el amo, y otra para el siervo; no había un camino real
para el rico, y otro para el pobre. Todos eran tratados con justicia y
compasión, como coherederos de la gracia de la vida.
Él “mandará a su casa después de sí”. En Abraham no se vería
negligencia pecaminosa en lo referente a restringir las malas incli-
naciones de sus hijos, ni tampoco habría favoritismo imprudente,