Página 121 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Abraham en Canaán
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indulgencia o debilidad; no sacrificaría su convicción del deber ante
las pretensiones de un amor mal entendido. Abraham no solo daría
la instrucción apropiada, sino que mantendría la autoridad de las
leyes justas y rectas.
¡Cuán pocos son los que siguen este ejemplo en la actualidad!
Muchos padres manifiestan un sentimentalismo ciego y egoísta, un
mal llamado amor, que deja a los niños gobernarse por su propia
voluntad cuando su juicio no se ha formado aún y los dominan pa-
siones indisciplinadas. Esto es ser cruel hacia la juventud, y cometer
un gran mal contra el mundo. La indulgencia de los padres provoca
muchos desórdenes en las familias y en la sociedad. Confirma en los
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jóvenes el deseo de seguir sus inclinaciones, en lugar de someterse a
los requerimientos divinos. Así crecen con aversión a cumplir la vo-
luntad de Dios, y transmiten su espíritu irreligioso e insubordinado
a sus hijos y a sus nietos. Así como Abraham, los padres deberían
“mandar a su casa después de sí”. Enséñese a los niños a obedecer a
la autoridad de sus padres, e impóngase esta obediencia como primer
paso en la obediencia a la autoridad de Dios.
El poco aprecio en que aun los dirigentes religiosos tienen la ley
de Dios ha producido muchos males. La enseñanza tan generalizada
de que los estatutos divinos ya no están en vigencia es, en sus efectos
morales sobre las personas, semejante a la idolatría. Aquellos que
procuran disminuir los requerimientos de la santa ley de Dios están
socavando directamente el fundamento del gobierno de familias y
naciones. Los padres religiosos que no andan en los estatutos de
Dios, no mandan a su familia que siga el camino del Señor. No hacen
de la ley de Dios la norma de la vida. Los hijos, al fundar sus propios
hogares, no se sienten obligados a enseñar a sus propios hijos lo
que nunca se les enseñó a ellos. Y este es el motivo por lo cual hay
tantas familias impías; esta es la razón por la que la depravación se
ha arraigado y extendido tanto.
Mientras que los mismos padres no anden conforme a la ley del
Señor con corazón perfecto, no estarán preparados para “mandar a
sus hijos después de sí”. Es preciso hacer en este respecto una refor-
ma amplia y profunda. Los padres deben reformarse. Los ministros
necesitan reformarse; necesitan a Dios en sus hogares. Si quieren
ver un estado de cosas diferente, han de dar la Palabra de Dios a
sus familias, y tienen que hacerla su consejera. Deben enseñar a