Página 122 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
sus hijos que esta es la voz de Dios a ellos dirigida y que deben
obedecerle implícitamente. Deben instruir con paciencia a sus hijos;
bondadosa e incesantemente deben enseñarles a vivir para agradar a
Dios. Los hijos de tales familias estarán preparados para hacer frente
a los sofismas de la incredulidad. Aceptaron la Biblia como base de
su fe, y por consiguiente, tienen un fundamento que no puede ser
barrido por la ola de escepticismo que se avecina.
En muchos hogares, se descuida la oración. Los padres creen
que no disponen de tiempo para el culto matutino o vespertino.
No pueden invertir unos momentos en dar gracias a Dios por sus
abundantes misericordias, por el bendito sol y las lluvias que hacen
florecer la vegetación, y por el cuidado de los santos ángeles. No
tienen tiempo para orar y pedir la ayuda y la dirección divinas, y la
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permanente presencia de Jesús en el hogar. Salen a trabajar como
va el buey o el caballo, sin dedicar un solo pensamiento a Dios o
al cielo. Poseen almas tan preciosas que para que no sucumbieran
en la perdición eterna, el Hijo de Dios dio su vida por su rescate;
sin embargo, tienen muy poco aprecio por las grandes bondades del
Señor.
Al igual que los patriarcas de la antigüedad, los que profesan
amar a Dios deben levantar un altar al Señor en todo lugar que
se establezcan. Si alguna vez hubo un tiempo cuando todo hogar
ha de ser una casa de oración, es ahora. Los padres y las madres
tienen que elevar sus corazones a menudo hacia Dios para suplicar
humildemente por ellos mismos y por sus hijos. Que el padre, como
sacerdote de la familia, ponga sobre el altar de Dios el sacrificio de
la mañana y de la noche, mientras la esposa y los niños se le unen
en oración y alabanza. Jesús se complace en morar en un hogar tal.
De todo hogar cristiano debería irradiar una santa luz. El amor
debe expresarse con hechos. Ha de manifestarse en todas las rela-
ciones del hogar y revelarse en una amabilidad atenta, en una suave
y desinteresada cortesía. Hay hogares donde se pone en práctica
este principio, hogares donde se adora a Dios, y donde reina el amor
verdadero. De estos hogares, de mañana y de noche, la oración as-
ciende hacia Dios como un dulce incienso, y las misericordias y las
bendiciones de Dios descienden sobre los suplicantes como el rocío
de la mañana.