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Historia de los Patriarcas y Profetas
del mundo. En cambio, también pesaban responsabilidades sobre el
poseedor de la primogenitura. El que heredaba sus bendiciones debía
dedicar su vida al servicio de Dios. Como Abraham, debía obedecer
los requerimientos divinos. En el matrimonio, en las relaciones de
familia y en la vida pública, debía consultar la voluntad de Dios.
Isaac presentó a sus hijos estos privilegios y condiciones, y les
indicó claramente que Esaú, por ser el mayor, tenía derecho a la
primogenitura. Pero Esaú no amaba la devoción, ni tenía inclinación
hacia la vida religiosa. Las exigencias espirituales que acompañaban
a la primogenitura eran para él una restricción desagradable y hasta
odiosa. La ley de Dios, condición del pacto divino con Abraham,
era considerada por Esaú como un yugo servil. Inclinado a la com-
placencia propia, nada deseaba tanto como la libertad para hacer
su gusto. Para él, el poder y la riqueza, los festines y el alboroto,
constituían la felicidad. Se jactaba de la libertad ilimitada de su vida
indómita y errante.
Rebeca recordaba las palabras del ángel, y, con percepción más
clara que la de su esposo, comprendía el carácter de sus hijos. Estaba
convencida de que Jacob estaba destinado a heredar la promesa
divina. Repitió a Isaac las palabras del ángel; pero los afectos del
padre se concentraban en su hijo mayor, y se mantuvo firme en su
propósito.
Jacob había oído a su madre referirse a la indicación divina de
que él recibiría la primogenitura, y desde entonces tuvo un deseo
indecible de alcanzar los privilegios que esta confería. No era la
riqueza del padre lo que ansiaba; el objeto de sus anhelos era la
primogenitura espiritual. Tener comunión con Dios, como el justo
Abraham, ofrecer el sacrificio expiatorio por su familia, ser el pro-
genitor del pueblo escogido y del Mesías prometido, y heredar las
posesiones inmortales que estaban contenidas en las bendiciones
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del pacto: estos eran los honores y prerrogativas que encendían sus
deseos más ardientes. Sus pensamientos se dirigían constantemente
hacia el porvenir, y trataba de comprender sus bendiciones invisibles.
Con anhelo secreto escuchaba todo lo que su padre decía acerca
de la primogenitura espiritual; retenía cuidadosamente lo que oía de
su madre. Día y noche este asunto ocupaba sus pensamientos, hasta
que se convirtió en el interés absorbente de su vida. Pero aunque
daba más valor a las bendiciones eternas que a las temporales, Jacob