Página 164 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
ángeles celestiales. En vista de estas innumerables bendiciones debe
preguntarse muchas veces con corazón humilde y agradecido: “¿Qué
pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?”
Salmos
116:12
.
Nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros bienes tienen que
dedicarse en forma sagrada al que nos confió estas bendiciones.
Cada vez que se realiza en nuestro favor una liberación especial,
o recibimos nuevos e inesperados favores, debemos reconocer la
bondad de Dios, expresando nuestra gratitud no solo en palabras,
sino, como Jacob, mediante ofrendas y dones para su causa. Así
como recibimos constantemente las bendiciones de Dios, también
hemos de dar sin cesar.
“Y de todo lo que me des el diezmo apartaré para ti”. Nosotros
que gozamos de la clara luz y de los privilegios del evangelio, ¿nos
contentaremos con darle a Dios menos de lo que daban aquellos
que vivieron en la dispensación anterior menos favorecida que la
nuestra? De ninguna manera. A medida que aumentan las bendicio-
nes de que gozamos, ¿no aumentan nuestras obligaciones, en forma
correspondiente? Pero ¡cuán en poco las tenemos! ¡Cuán imposible
es el esfuerzo de medir con reglas matemáticas lo que le debemos en
tiempo, dinero y afecto, en respuesta a un amor tan inconmensurable
y a una dádiva de valor tan inconcebible! ¡Los diezmos para Cristo!
¡Oh, mezquina limosna, pobre recompensa para lo que ha costado
tanto! Desde la cruz del Calvario, Cristo nos pide una consagración
sin reservas. Todo lo que tenemos y todo lo que somos, lo debemos
dedicar a Dios.
Con nueva y duradera fe en las promesas divinas, y seguro de la
presencia y la protección de los ángeles celestiales, prosiguió Jacob
su jornada “a la tierra de los orientales”. Pero ¡qué diferencia entre
su llegada y la del mensajero de Abraham, casi cien años antes!
El servidor había venido con un séquito montado en camellos, y
con ricos regalos de oro y plata; Jacob llegaba solo, con los pies
lastimados, sin más posesión que su cayado. Como el siervo de
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Abraham, Jacob se detuvo cerca de un pozo, y allí conoció a Raquel,
la hija menor de Labán. Ahora fue Jacob quien prestó sus servicios,
quitando la piedra de la boca del pozo y dando de beber al ganado.
Después de haber manifestado su parentesco, fue recibido en casa
de Labán. Aunque llegó sin herencia ni acompañamiento, pocas