Página 165 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

Huida y destierro de Jacob
161
semanas bastaron para mostrar el valor de su diligencia y capacidad,
y se le exhortó a quedarse. Convinieron en que serviría a Labán siete
años por la mano de Raquel.
En los tiempos antiguos era costumbre que el novio, antes de
confirmar el pacto matrimonial, pagara al padre de su novia, según
las circunstancias, cierta suma de dinero o su valor en otros efectos.
Esto se consideraba como garantía del matrimonio. No les parecía
seguro a los padres confiar la felicidad de sus hijas a hombres que
no habían hecho provisión para mantener una familia. Si no eran
bastante frugales y enérgicos para administrar sus negocios y adquirir
ganado o tierras, se temía que su vida fuera inútil. Pero se hacían
arreglos para probar a los que no tenían con que pagar la dote de
la esposa. Se les permitía trabajar para el padre cuya hija amaban,
durante un tiempo, que variaba según la dote requerida. Cuando el
pretendiente era fiel en sus servicios, y se mostraba digno también
en otros aspectos, recibía a la hija por esposa, y, generalmente, la
dote que el padre había recibido se la daba a ella el día de la boda.
Pero tanto en el caso de Raquel como en el de Lea, el egoísta Labán
se quedó con la dote que debía haberles dado a ellas; y a eso se
refirieron cuando dijeron antes de marcharse de Mesopotamia: “Nos
vendió y hasta se ha comido del todo lo que recibió por nosotras”.
Génesis 31:15
.
Esta antigua costumbre, aunque muchas veces se prestaba al abu-
so, como en el caso de Labán, producía buenos resultados. Cuando
se pedía al pretendiente que trabajara para conseguir a su esposa, se
evitaba un casamiento precipitado, y se le permitía probar la pro-
fundidad de su amor y su capacidad para mantener a su familia. En
nuestro tiempo, resultan muchos males de una conducta diferente.
Muchas veces ocurre que antes de casarse las personas tienen poca
oportunidad de familiarizarse con sus mutuos temperamentos y cos-
tumbres; y en cuanto a la vida diaria, cuando unen sus intereses ante
el altar, casi no se conocen. Muchos descubren demasiado tarde que
no se adaptan el uno al otro, y el resultado de su unión es una vida
miserable. Muchas veces sufren la esposa y los niños a causa de la
indolencia, la incapacidad o las costumbres viciosas del marido y
[168]
padre. Si, como lo permitía la antigua costumbre, se hubiera probado
el carácter del pretendiente antes del casamiento, habrían podido
evitarse muchas desgracias.