Página 179 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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El regreso a Canaán
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su corazón por el embuste y la violencia de sus hijos, se limitó a
decir: “Me habéis puesto en un grave aprieto al hacerme odioso a los
habitantes de esta tierra, el cananeo y el ferezeo. Como tengo pocos
hombres, se juntarán contra mí, me atacarán, y me destruirán a mí y
a mi casa”. El dolor y la aversión con que miraba el acto sangriento
cometido por sus hijos se manifiesta en las palabras con las cuales
recordó dicha acción, casi cincuenta años más tarde cuando yacía
en su lecho de muerte en Egipto: “Simeón y Leví son hermanos;
armas de maldad son sus armas. En su consejo no entre mi alma,
ni mi espíritu se junte en su compañía, porque en su furor mataron
hombres y en su temeridad desjarretaron toros. Maldito sea su furor,
que fue fiero, y su ira, que fue dura. Yo los apartaré en Jacob, los
esparciré en Israel”.
Génesis 49:5-7
.
Jacob creyó que había motivo para humillarse profundamente.
La crueldad y la mentira se manifestaban en el carácter de sus hi-
jos. Había dioses falsos en su campamento, y hasta cierto punto
la idolatría estaba ganando terreno en su familia. Si el Señor los
hubiera tratado según lo merecían, ¿no habrían quedado a merced
de la venganza de las naciones circunvecinas?
Mientras Jacob estaba oprimido por la pena, el Señor le mandó
viajar hacia el sur, a Bet-el. El pensar en este lugar no solo le recordó
su visión de los ángeles y las promesas de la gracia divina, sino
también el voto que él había hecho allí de que el Señor sería su
Dios. Determinó que antes de marchar hacia ese lugar sagrado, su
casa debía quedar libre de la mancha de la idolatría. Por lo tanto,
recomendó a todos los que estaban en su campamento: “Quitad los
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dioses ajenos que hay entre vosotros, limpiaos y mudad vuestros
vestidos. Levantémonos y subamos a Bet-el, pues y allí haré un altar
al Dios que me respondió en el día de mi angustia y que ha estado
conmigo en el camino que he andado”.
Con honda emoción, Jacob repitió la historia de su primera
visita a Bet-el, cuando, como solitario viajero que había dejado
la tienda de su padre, huía para salvar su vida, y contó cómo el
Señor le había aparecido en visión nocturna. Mientras reseñaba
cuán maravillosamente Dios había procedido con él, se enterneció
su corazón, y sus hijos también fueron conmovidos por un poder
subyugador; había tomado la medida más eficaz para prepararlos a
fin de que se unieran con él en la adoración de Dios cuando llegaran