Página 181 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

El regreso a Canaán
177
En el camino a Efrata, otro crimen repugnante manchó a la
familia de Jacob, y, como consecuencia, a Rubén, el hijo primogénito,
se le negaron los privilegios y los honores de la primogenitura.
Por último, llegó Jacob al fin de su viaje y vino “a Isaac su padre
a Mamre, [...] que es Hebrón, donde habitaron Abraham e Isaac”.
Ahí se quedó durante los últimos días de la vida de su padre. Para
Isaac, débil y ciego, las amables atenciones de este hijo tanto tiempo
ausente, fueron un consuelo en los años de soledad y duelo.
Jacob y Esaú se encontraron junto al lecho de muerte de su padre.
En otro tiempo, el hijo mayor había esperado este acontecimiento
como una ocasión para vengarse; pero desde entonces sus sentimien-
tos habían cambiado considerablemente. Y Jacob, muy contento
con las bendiciones espirituales de la primogenitura, renunció en
favor de su hermano mayor a la herencia de las riquezas del padre,
la única herencia que Esaú había buscado y valorado. Ya no estaban
distanciados por los celos o el odio; y sin embargo, se separaron,
marchándose Esaú al monte Seir. Dios, que es rico en bendición,
había otorgado a Jacob riqueza terrenal además del bien superior
que había buscado. Los bienes de los dos hermanos “eran tantos que
no podían habitar juntos, ni la tierra en donde habitaban los podía
sostener a causa de sus ganados”.
Génesis 36:7
. Esta separación se
realizó de acuerdo con el propósito de Dios respecto a Jacob. Como
los hermanos se diferenciaban tanto en su religión, para ellos era
mejor morar aparte.
Esaú y Jacob habían sido educados igualmente en el conoci-
miento de Dios, y los dos pudieron andar según sus mandamientos
y recibir su favor; pero no hicieron la misma elección. Tomaron
diferentes caminos, y sus sendas se habían de apartar cada vez más
una de otra.
No hubo una elección arbitraria de parte de Dios, por la cual
Esaú fuera excluido de las bendiciones de la salvación. Los dones
de su gracia mediante Cristo son gratuitos para todos. No hay elec-
[185]
ción, excepto la propia, por la cual alguien haya de perecer. Dios ha
expuesto en su Palabra las condiciones de acuerdo con las cuales se
elegirá a cada alma para la vida eterna: la obediencia a sus manda-
mientos, mediante la fe en Cristo. Dios ha elegido un carácter que
está en armonía con su ley, y todo el que alcance la norma requerida,
entrará en el reino de la gloria. Cristo mismo dijo: “El que cree en el