Página 189 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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José en Egipto
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La notable prosperidad que acompañaba a todo lo que se en-
cargara a José no era resultado de un milagro directo, sino que su
trabajo, su interés y su energía fueron coronados con la bendición
divina. José atribuyó su éxito al favor de Dios, y hasta su amo idó-
latra aceptó eso como el secreto de su impresionante prosperidad.
Sin embargo, sin sus esfuerzos constantes y bien dirigidos, nunca
habría podido alcanzar tal éxito. Dios fue glorificado por la fidelidad
de su siervo. Era el propósito divino que por la pureza y la rectitud,
el creyente en Dios apareciera en marcado contraste con los idóla-
tras, para que así la luz de la gracia celestial brille en medio de las
tinieblas del paganismo.
La dulzura y la fidelidad de José cautivaron el corazón del jefe
de la guardia real, que llegó a considerarlo más como un hijo que
como un esclavo. El joven entró en contacto con personajes de alta
posición y de sabiduría, y adquirió conocimientos de las ciencias,
los idiomas y los negocios; educación necesaria para quien sería
más tarde primer ministro de Egipto.
Pero la fe e integridad de José habían de acrisolarse mediante
pruebas de fuego. La esposa de su amo trató de seducir al joven a vio-
lar la ley de Dios. Hasta entonces había permanecido sin mancharse
con la maldad que abundaba en aquella tierra págana; pero ¿cómo
enfrentaría esta tentación, tan repentina, tan fuerte, tan seductora?
José sabía muy bien cuál sería el resultado de su resistencia. Por un
lado había encubrimiento, favor y premios; por el otro, desgracia,
prisión, y posiblemente la muerte. Toda su vida futura dependía de
la decisión de ese momento. ¿Triunfarían los buenos principios?
¿Se mantendría fiel a Dios? Los ángeles presenciaban la escena con
indecible ansiedad.
La respuesta de José revela el poder de los principios religiosos.
No quiso traicionar la confianza de su amo terrenal, sin importar las
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consecuencias, sería fiel a su Amo celestial. Bajo el ojo escudriñador
de Dios y de los santos ángeles, muchos se toman libertades de las
que no se harían culpables en presencia de sus semejantes. Pero José
pensó primeramente en Dios. “¿Cómo, pues, haría yo este gran mal,
y pecaría contra Dios?”, dijo él.
Si abrigáramos habitualmente la idea de que Dios ve y oye
todo lo que hacemos y decimos, y que conserva un fiel registro de
nuestras palabras y acciones, a las que tendremos que hacer frente