Página 190 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
en el día final, temeríamos pecar. Recuerden siempre los jóvenes
que en cualquier lugar que estén, y no importa lo que hagan, están
en la presencia de Dios. Ninguna parte de nuestra conducta escapa
a su mirada. No podemos esconder nuestros caminos al Altísimo.
Las leyes humanas, aunque algunas veces son severas, a menudo se
violan sin que tal cosa se descubra; y por lo tanto, las transgresiones
quedan sin castigo. Pero no sucede así con la ley de Dios. La más
oscura medianoche no es cortina para el culpable. Puede creer que
está solo; pero para cada acto hay un testigo invisible. Los motivos
mismos del corazón están abiertos a la inspección divina. Todo
acto, toda palabra, todo pensamiento están tan exactamente anotados
como si hubiera una sola persona en todo el mundo, y como si la
atención del cielo estuviera concentrada sobre ella.
José sufrió por su integridad; pues su tentadora se vengó acusán-
dolo de un crimen abominable, y haciéndole encerrar en una cárcel.
Si Potifar hubiera creído la acusación de su esposa contra José, el
joven hebreo habría perdido la vida: pero la modestia y la integridad
que uniformemente habían caracterizado su conducta fueron prueba
de su inocencia; y sin embargo, para salvar la reputación de la casa
de su amo, se lo abandonó al deshonor y a la servidumbre.
Al principio, José fue tratado con gran severidad por sus carce-
leros. El salmista dice: “Afligieron sus pies con grillos; en cárcel
fue puesta su persona. Hasta la hora en que se cumplió su palabra,
el dicho de Jehová lo probó”.
Salmos 105:18, 19
. Pero el verdade-
ro carácter de José resplandeció, aun en la oscuridad del calabozo.
Mantuvo firmes su fe y su paciencia; los años de su fiel servicio
habían sido compensados de la manera más cruel; no obstante, esto
no lo transformó en una persona sombría ni desconfiada. Tenía la
paz que emana de una inocencia consciente, y confió su caso a Dios.
No caviló en los perjuicios que sufría, sino que olvidó sus penas y
trató de aliviar las de los demás. Encontró un trabajo que hacer, aun
en la prisión. Dios lo estaba preparando en la escuela de la aflicción,
para que fuera de mayor utilidad, y no rehusó someterse a la disci-
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plina que necesitaba. En la cárcel, presenciando los resultados de la
opresión y la tiranía, y los efectos del crimen, aprendió lecciones de
justicia, solidaridad y misericordia que lo prepararían para ejercer el
poder con sabiduría y compasión.