Página 191 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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José en Egipto
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Poco a poco José ganó la confianza del carcelero, y se le confió
por fin el cuidado de todos los presos. Fue el trabajo que ejecutó en
la prisión, la integridad de su vida diaria, y su solidaridad con los
que estaban en dificultad y congoja, lo que le abrió paso hacia la
prosperidad y los honores futuros. Cada rayo de luz que derramamos
sobre los demás se refleja sobre nosotros mismos. Toda palabra
bondadosa y compasiva que se diga a los angustiados, todo acto
que tienda a aliviar a los oprimidos, y toda dádiva que se otorgue a
los necesitados, si son impulsados por motivos sanos, resultarán en
bendiciones para el dador.
El panadero principal y el primer copero del rey habían sido
encerrados en la prisión por alguna ofensa que habían cometido, y
fueron puestos bajo el cuidado de José. Una mañana, observó que
estaban muy tristes, bondadosamente les preguntó el motivo y le
dijeron que cada uno había tenido un sueño extraordinario, cuyo sig-
nificado anhelaban conocer. “¿No son de Dios las interpretaciones?
Contádmelo ahora”, dijo José. Cuando cada uno relató su sueño,
José les hizo saber su significado: Dentro de tres días el jefe de
los coperos había de ser reintegrado a su puesto, y había de poner
la copa en las manos del faraón como antes, pero el principal de
los panaderos sería muerto por orden del rey. En ambos casos, el
acontecimiento ocurrió tal como lo predijo.
El copero del rey había expresado la más profunda gratitud a
José, tanto por la feliz interpretación de su sueño como por otros
muchos actos de bondadosa atención; y José, refiriéndose en forma
muy conmovedora a su propio encarcelamiento injusto, le imploró
que en compensación presentara su caso ante el rey. “Acuérdate,
pues, de mí cuando te vaya bien; te ruego que tengas misericordia
y hagas mención de mí al faraón, y que me saques de esta casa,
porque fui raptado de la tierra de los hebreos y nada he hecho aquí
para que me pusieran en la cárcel”. El principal de los coperos vio
su sueño cumplido en todo detalle; pero cuando fue reintegrado al
favor real, ya no se acordó de su benefactor. Durante dos años más,
José permaneció preso. La esperanza que se había encendido en su
corazón se desvaneció poco a poco, y a todas las otras tribulaciones
se agregó el amargo aguijón de la ingratitud.
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Pero una mano divina estaba por abrir las puertas de la prisión.
El rey de Egipto tuvo una noche dos sueños que, por lo visto, in-