Página 192 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
dicaban el mismo acontecimiento, y parecían anunciar alguna gran
calamidad. Él no podía determinar su significado, pero continua-
ban turbándole. Los magos y los sabios de su reino no pudieron
interpretarlos. La perplejidad y congoja del rey aumentaban, y el
terror se esparcía por todo su palacio. El alboroto general trajo a la
memoria del copero las circunstancias de su propio sueño; con él
recordó a José, y sintió remordimiento por su olvido e ingratitud.
Informó inmediatamente al rey cómo su propio sueño y el del primer
panadero habían sido interpretados por el prisionero hebreo, y cómo
las predicciones se habían cumplido.
Fue humillante para el faraón tener que dejar a los magos y
sabios de su reino para consultar a un esclavo extranjero; pero estaba
listo para aceptar el servicio del más ínfimo con tal que su mente
atormentada pudiera encontrar alivio. En seguida se hizo venir a
José. Este se quitó su vestimenta de preso y se cortó el cabello,
pues le había crecido mucho durante el período de su desgracia y
reclusión. Entonces fue llevado ante el rey.
“El faraón dijo a José: “Yo he tenido un sueño, y no hay quien lo
intérprete; pero he oído decir de ti que oyes sueños para interpretar-
los”. Respondió José al faraón: “No está en mí; Dios será el que dé
respuesta propicia al faraón””. La respuesta de José al rey revela su
humildad y su fe en Dios. Modestamente rechazó el honor de poseer
en sí mismo sabiduría superior. “No está en mí”. Únicamente Dios
puede explicar estos misterios.
Entonces el faraon procedió a relatarle sus sueños: “Entonces el
faraón dijo a José: “En mi sueño me parecía que estaba a la orilla
del río, y que del río subían siete vacas de gruesas carnes y hermosa
apariencia, que pacían en el prado. Y que otras siete vacas subían
después de ellas, flacas y de muy feo aspecto; tan extenuadas, que
no he visto otras semejantes en fealdad en toda la tierra de Egipto.
Las vacas flacas y feas devoraban a las siete primeras vacas gordas;
pero, aunque las tenían en sus entrañas, no se conocía que hubieran
entrado, pues la apariencia de las flacas seguía tan mala como al
principio. Entonces me desperté. Luego, de nuevo en sueños, vi que
siete espigas crecían en una misma caña, llenas y hermosas. Y que
otras siete espigas, menudas, marchitas y quemadas por el viento
solano, crecían después de ellas; y las espigas menudas devoraban a