Página 198 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

194
Historia de los Patriarcas y Profetas
Porque a menos que se presentara Benjamín, su condenación como
espías parecía segura, y tenían poca esperanza de obtener que su
padre aceptara enviar a Benjamín.
Al tercer día, José hizo llevar a sus hermanos ante él. No se
atrevía a detenerlos por más tiempo. Su padre y las familias que
estaban con él podían estar sufriendo por la escasez de alimentos.
“Haced esto y vivid: Yo temo a Dios. Si sois hombres honrados,
uno de vuestros hermanos se quedará en la cárcel, mientras los
demás vais a llevar el alimento para remediar el hambre de vuestra
familia. Pero traeréis a vuestro hermano menor; así serán verificadas
vuestras palabras y no moriréis”. Ellos aceptaron esta propuesta,
aunque expresaban poca esperanza de que su padre permitiera a
Benjamín volver con ellos.
José se había comunicado con ellos mediante un intérprete, y sin
sospechar que el gobernador los comprendía, conversaron libremente
el uno con el otro en su presencia. Se acusaron mutuamente de cómo
habían tratado a José: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro
hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba y
no lo escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia”.
Rubén que había querido librarlo en Dotán, agregó: “No os hablé
yo y dije: “No pequéis contra el joven, pero no me escuchásteis; por
eso ahora se nos demanda su sangre”.
José, que escuchaba, no pudo dominar su emoción, y salió y
lloró. Al volver, ordenó que se atara a Simeón ante ellos, y lo mandó
a la cárcel. En el trato cruel hacia su hermano, Simeón había sido el
instigador y protagonista, y por esta razón la elección recayó sobre
él.
Antes de permitir la salida de sus hermanos, José ordenó que se
les diera abundante cereal, y que el dinero de cada uno fuera puesto
secretamente en la boca de su saco. Se les proporcionó también
forraje para sus bestias para el viaje de regreso. En el camino, uno
de ellos, al abrir su saco, se sorprendió al encontrar su bolsa de
plata. Al anunciarlo a los otros, se sintieron alarmados y perplejos,
[204]
y se dijeron el uno al otro: “¿Qué es esto que Dios nos ha hecho?”
¿Debían considerarlo como una demostración de la bondad del
Señor, o que él lo había permitido para castigarlos por sus pecados
y afligirlos más hondamente todavía? Reconocían que Dios había
visto sus pecados, y que ahora estaba castigándolos.