Página 216 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
pueblo, decidieron que el niño no iba a ser sacrificado. La fe en Dios
fortaleció sus corazones, y “no temieron el mandamiento del rey”.
La madre logró ocultar al niño durante tres meses. Entonces
viendo que ya no podía esconderlo con seguridad, preparó una ar-
quilla de juncos, la impermeabilizó con brea y asfalto, y colocó al
niño en ella y la depositó en un carrizal de la orilla del río. No
se atrevió a permanecer allí para cuidarla ella misma, por temor a
que se perdiera tanto la vida del niño como la suya, pero María, la
hermana del niño, quedó allí cerca, aparentando indiferencia, pero
vigilando ansiosamente para ver qué sería de su hermanito. Y había
otros observadores. Las fervorosas oraciones de la madre habían
confiado a su hijo al cuidado de Dios e invisibles ángeles vigilaban
la humilde cuna. Ellos dirigieron a la hija del faraón hacia aquel
sitio. La arquilla llamó su atención, y cuando vió al hermoso ni-
ño una sola mirada le bastó para leer su historia. Las lágrimas del
pequeño despertaron su compasión, y se conmovió al pensar en la
desconocida madre que había apelado a este medio para preservar
la vida de su precioso hijo. Decidió salvarlo y adoptarlo como hijo
suyo.
María había estado observando secretamente todos los movi-
mientos; así que viendo que trataban al niño tiernamente, se aventuró
a acercarse y por último preguntó a la princesa: “¿Iré a llamarte un
ama de las hebreas, para que te críe este niño?” Se le autorizó a que
lo hiciera.
La hermana se apresuró a llevar a su madre la feliz noticia, y sin
tardanza se presentó con ella ante la hija del faraón. “Llevate este
niño y críamelo; yo te lo pagaré”, dijo la princesa.
Dios había oído las oraciones de la madre; su fe fue premiada.
Con profunda gratitud emprendió su tarea, que ahora no entrañaba
peligro. Aprovechó fielmente la oportunidad de educar a su hijo
para Dios. Estaba segura de que había sido preservado para una gran
obra, y sabía que pronto debería entregarlo a su madre adoptiva, y
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se vería rodeado de influencias que tenderían a apartarlo de Dios.
Todo esto la hizo más diligente y cuidadosa en su instrucción que
en la de sus otros hijos. Trató de inculcarle la reverencia a Dios y
el amor a la verdad y a la justicia, y oró fervorosamente que fuera
preservado de toda influencia corruptora. Le mostró la insensatez
y el pecado de la idolatría, y desde muy temprana edad lo enseñó a