Página 220 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
Al siguiente día Moisés vio a dos hebreos que reñían entre sí,
uno de ellos era evidentemente culpable. Moisés lo reprendió, y el
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hombre, oponiéndosele, le negó el derecho a intervenir y lo acusó
así vilmente de un crimen: “¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y
juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio?”
Todo el asunto, exagerado en sumo grado, se supo rápidamente
entre los egipcios, y hasta llegó a oídos del faraón. Se le dijo al rey
que este acto era muy significativo; que Moisés tenía el propósito
de acaudillar a su pueblo contra los egipcios; que quería derrocar el
gobierno y ocupar el trono; y que no habría seguridad para el reino
mientras él viviera. El monarca decidió en seguida que debía morir.
Reconociendo su peligro, Moisés huyó hacia Arabia.
El Señor dirigió su marcha, y encontró asilo en casa de Jetro,
sacerdote y príncipe de Madián que también adoraba a Dios. Des-
pués de un tiempo, Moisés se casó con una de las hijas de Jetro; y
allí, al servicio de su suegro como pastor de ovejas, permaneció por
espacio de cuarenta años.
Al dar muerte al egipcio, Moisés había caído en el mismo error
que cometieron muchas veces sus antepasados; es decir, había in-
tentado realizar por sí mismo lo que Dios había prometido hacer.
Dios no se proponía libertar a su pueblo mediante la guerra, como
pensó Moisés, sino por medio de su gran poder, para que la glo-
ria fuera atribuida únicamente a él. No obstante, aun de este acto
apresurado se valió el Señor para cumplir sus propósitos. Moisés
no estaba preparado para su gran obra. Aun tenía que aprender la
misma lección de fe que se les había enseñado a Abraham y a Jacob,
es decir, a no depender, para el cumplimiento de las promesas de
Dios, de la fuerza y sabiduría humanas, sino del poder divino. Había
otras lecciones que Moisés había de recibir en medio de la soledad
de las montañas. En la escuela de la abnegación y las durezas había
de aprender a ser paciente y a controlar sus pasiones. Antes de poder
gobernar sabiamente, debía ser educado en la obediencia. Antes
de poder enseñar el conocimiento de la divina voluntad a Israel, su
propio corazón debía estar en plena armonía con Dios. Mediante
su propia experiencia tenía que prepararse para ejercer un cuidado
paternal sobre todos los que necesitarían su ayuda.
El ser humano se habría evitado ese largo período de trabajo y
oscuridad, por considerarlo como una gran pérdida de tiempo. Pero