Página 222 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
severa disciplina mental y moral; y Dios los ayudará, uniendo su
poder divino al esfuerzo humano.
Enclaustrado dentro de los baluartes que formaban las montañas,
Moisés estaba solo con Dios. Los magníficos templos de Egipto ya
no lo impresionaban con su falsedad y superstición. En la solemne
grandeza de las colinas sempiternas percibía la majestad del Altísi-
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mo, y por contraste, comprendía cuán impotentes e insignificantes
eran los dioses de Egipto. Por todo lugar veía escrito el nombre del
Creador. Moisés parecía encontrarse ante su presencia, eclipsado
por su poder. Allí fueron barridos su orgullo y su confianza propia.
En la austera sencillez de su vida del desierto, desaparecieron los
resultados de la comodidad y el lujo de Egipto. Moisés llegó a ser
paciente, reverente y humilde, “muy manso, más que todos los hom-
bres que había sobre la tierra” (
Números 12:3
), y sin embargo, era
fuerte en su fe en el poderoso Dios de Jacob.
A medida que pasaban los años y erraba con sus rebaños por
lugares solitarios, meditando acerca de la condición oprimida en
que vivía su pueblo, Moisés repasaba el trato de Dios hacia sus
padres, las promesas que eran la herencia de la nación elegida, y
sus oraciones en favor de Israel ascendían día y noche. Los ángeles
celestiales derramaban su luz en su derredor. Allí, bajo la inspiración
del Espíritu Santo, escribió el libro de Génesis. Los largos años
que pasó en medio de las soledades del desierto fueron ricos en
bendiciones, no solo para Moisés y su pueblo, sino también para el
mundo de todas las edades subsiguientes.
“Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto.
Los hijos de Israel, que gemían a causa de la servidumbre, clamaron;
y subió a Dios el clamor de ellos desde lo profundo de su servi-
dumbre. Dios oyó el gemido de ellos y se acordó de su pacto con
Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y conoció
su condición”. La época de la liberación de Israel había llegado.
Pero el propósito de Dios había de cumplirse de tal manera que
mostrara la insignificancia del orgullo humano. El libertador había
de ir adelante como humilde pastor con nada más que una vara en la
mano; pero Dios haría de esa vara el símbolo de su poder.
Un día, mientras apacentaba sus rebaños cerca de Horeb, “monte
de Dios”, Moisés vio arder una zarza; sus ramas, su follaje, su tallo,
todo ardía, y sin embargo, no parecía consumirse. Se aproximó para