Página 225 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Moisés
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que apelaba a sus propios sentidos. Le dijo que arrojara su vara al
suelo. Al hacerlo, “se convirtió en una culebra” (
véase el Apéndice,
nota 3
), “y Moisés huía de ella”. Dios le ordenó que la tomara, y en
su mano “volvió a ser vara”. Le mandó que pusiera su mano en su
seno. Obedeció y “vio que su mano estaba leprosa como la nieve”.
Cuando le dijo que volviera a ponerla en su seno, al sacarla encontró
que se había vuelto de nuevo como la otra. Mediante estas señales,
el Señor aseguró a Moisés que su propio pueblo, así como también
el faraón, se convencerían de que Uno más poderoso que el rey de
Egipto se manifestaba entre ellos.
Pero el siervo de Dios todavía estaba anonadado por la obra
extraña y maravillosa que se le pedía que hiciera. Acongojado y
temeroso, alegó como excusa su falta de elocuencia. Dijo: “¡Ay,
Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes ni desde
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que tú hablas con tu siervo, porque soy tardo en el habla y torpe de
lengua”. Había estado tanto tiempo alejado de los egipcios que ya
no tenía un conocimiento claro de su idioma ni lo usaba con soltura
como cuando estaba entre ellos.
El Señor le dijo: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿No soy yo
Jehová?” Y se le volvió a asegurar la ayuda divina: “Ahora, pues,
ve, que yo estaré en tu boca, y te enseñaré lo que has de hablar”.
Pero Moisés insistió en que se escogiera a una persona más
competente. Estas excusas procedían al principio de su humildad y
timidez; pero una vez que el Señor le hubo prometido quitar todas
las dificultades y darle éxito, toda evasiva o queja referente a su falta
de preparación demostraba falta de confianza en Dios. Entrañaba un
temor de que Dios no tuviera capacidad para prepararlo para la gran
obra a la cual lo había llamado, o que había cometido un error en la
selección del hombre.
Dios le indicó a Moisés que se uniera a su hermano mayor, Aa-
rón, quien, debido a que había estado usando diariamente la lengua
egipcia, podía hablarla perfectamente. Se le dijo que Aarón vendría
a su encuentro. Las siguientes palabras del Señor fueron una orden
perentoria: “Tú le hablarás y pondrás en su boca las palabras, y yo
estaré en tu boca y en la suya, y os enseñaré lo que habéis de hacer.
Él hablará por ti al pueblo; será como tu boca, y tú ocuparás para él
el lugar de Dios. Y tomarás en tu mano esta vara, con la cual harás