Página 229 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Las plagas de Egipto
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Durante su esclavitud los israelitas habían perdido hasta cierto
punto el conocimiento de la ley de Dios, y se habían apartado de sus
preceptos. El sábado había sido despreciado por la generalidad, y las
exigencias de los “comisarios de tributos” habían hecho imposible
su observancia. Pero Moisés había mostrado a su pueblo que la
obediencia a Dios era la primera condición para su liberación; y los
esfuerzos hechos para restaurar la observancia del sábado habían
llegado a los oídos de sus opresores (
véase el Apéndice, nota 4
).
El rey, lleno de ira, sospechaba que los israelitas tenían el propó-
sito de rebelarse contra su servicio. El descontento era el resultado
de la ociosidad; trataría de que no tuvieran tiempo para dedicarlo a
proyectos peligrosos. Inmediatamente dictó medidas para hacer más
severo su trabajo y aplastar el espíritu de independencia. El mismo
día, ordenó hacer aun más cruel y opresiva su labor.
En aquel país el material de construcción más común eran los
ladrillos secados al sol; las paredes de los mejores edificios se cons-
truían de este material, y luego se recubrían de piedra; y la fabrica-
ción de los ladrillos requería una gran cantidad de siervos. Como el
barro se mezclaba con paja, para que se adhiriera bien, se requerían
grandes cantidades de este último elemento; el rey ordenó ahora que
no se suministrara más paja; que los obreros debían buscarla ellos
mismos, y esto exigiéndoseles que fabricaran la misma cantidad de
ladrillos.
Esta orden causó gran consternación entre los israelitas por todos
los lugares del país. Los comisarios egipcios habían nombrado a
capataces hebreos para dirigir el trabajo del pueblo, y estos capata-
ces eran responsables de la producción de los que estaban bajo su
cuidado. Cuando la exigencia del rey se puso en vigor, el pueblo se
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diseminó por todo el país para recoger rastrojo en vez de paja; pero
les fue imposible realizar la cantidad de trabajo acostumbrada. A
causa del fracaso, los capataces hebreos fueron azotados cruelmente.
Estos capataces creyeron que su opresión venía de sus comisa-
rios, y no del rey mismo; y se presentaron ante este con sus quejas.
Su protesta fue recibida por el faraón con un insulto: “Están ociosos.
Por eso claman diciendo: “Vamos y ofrezcamos sacrificios a nuestro
Dios””. Se les ordenó regresar a su trabajo, con la declaración de
que de ninguna manera se aligerarían sus cargas. Al volver, encon-
traron a Moisés y a Aarón y clamaron ante ellos: “Que Jehová os