Página 230 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
examine y os juzgue, pues nos habéis hecho odiosos ante el faraón y
sus siervos, y les habéis puesto la espada en la mano para que nos
maten”.
Cuando Moisés oyó estos reproches se afligió mucho. Los su-
frimientos del pueblo habían aumentado en gran manera. Por toda
la tierra se elevó un grito de desesperación de ancianos y jóvenes,
y todos se unieron para culparlo a él por el desastroso cambio de
su condición. Con amargura de alma Moisés clamó a Dios: “Se-
ñor, ¿por qué afliges a este pueblo? ¿Para qué me enviaste?, porque
desde que yo fui al faraón para hablarle en tu nombre, ha afligido
a este pueblo, y tú no has librado a tu pueblo”. “Jehová respondió
a Moisés: “Ahora verás lo que yo haré al faraón, porque con mano
fuerte los dejará ir, y con mano fuerte los echará de su tierra””. Otra
vez le recordó el pacto hecho con sus padres, y le aseguró que sería
cumplido.
Durante todos los años de servidumbre pasados en Egipto, exis-
tían entre los israelitas algunos que se habían mantenido fieles a la
adoración de Jehová. Estos se preocupaban profundamente cuando
veían a sus hijos presenciar diariamente las abominaciones de los pa-
ganos, y aun postrarse ante sus dioses falsos. En su dolor clamaban
al Señor pidiéndole liberación del yugo egipcio, para poder librarse
de la influencia corruptora de la idolatría. No ocultaban su fe, sino
que declaraban a los egipcios que el objeto de su adoración era el
Creador del cielo y de la tierra, el único Dios verdadero y viviente. Y
repasaban las evidencias de su existencia y poder, desde la creación
hasta los días de Jacob. Así tuvieron los egipcios oportunidad de
conocer la religión de los hebreos; pero desdeñaron que sus esclavos
los instruyeran y trataron de seducir a los adoradores de Dios prome-
tiéndoles recompensas, y al fracasar esto, empleaban las amenazas y
crueldades.
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Los ancianos de Israel trataron de sostener la desfalleciente fe
de sus hermanos, repitiéndoles las promesas hechas a sus padres,
y las palabras proféticas con que, antes de su muerte, José predijo
la liberación de su pueblo de Egipto. Algunos escucharon y creye-
ron. Otros, mirando las circunstancias que los rodeaban, se negaron
a tener esperanza. Los egipcios, al saber lo que pasaba entre sus
siervos, se mofaron de sus esperanzas y desdeñosamente negaron el
poder de su Dios. Les señalaron su situación de pueblo esclavo, y