Página 232 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
El Señor le indicó a Moisés que volviera ante el pueblo y le
repitiera la promesa de la liberación, con nuevas garantías del favor
divino. Hizo lo que se le mandó; pero ellos no quisieron prestarle
atención. Dice la Escritura: “Pero ellos no escuchaban [...], debido
al desaliento que los embargaba a causa de la dura servidumbre”. De
nuevo llegó el mensaje divino a Moisés: “Entra y dile al faraón, rey
de Egipto, que deje ir de su tierra a los hijos de Israel”. Desalentado
contestó: “Los hijos de Israel no me escuchan, ¿cómo me escuchará
el faraón?”. Se le dijo que llevara a Aarón consigo, y que se presen-
tara ante el faraón, para pedir otra vez “que deje ir de su tierra a los
hijos de Israel”.
Se le dijo que el monarca no cedería hasta que Dios visitara
con sus juicios a Egipto y sacara a Israel mediante una poderosa
manifestación de su poder. Antes de enviar cada plaga, Moisés había
de describir su naturaleza y sus efectos, para que el rey se salvara de
ella si quería. Todo castigo despreciado sería seguido de uno más
severo, hasta que su orgulloso corazón se humillara, y reconociera al
Creador del cielo y de la tierra como el Dios verdadero y viviente. El
Señor iba a dar a los egipcios la oportunidad de ver cuán vana era la
sabiduría de sus hombres fuertes, cuán débil el poder de sus dioses,
que se oponían a los mandamientos de Jehová. Castigaría al pueblo
egipcio por su idolatría, y anularía las supuestas bendiciones que
decían recibir de sus dioses inanimados. Dios glorificaría su propio
nombre para que otras naciones oyeran de su poder y temblaran ante
sus prodigios, y para que su pueblo se apartara de la idolatría y le
tributara verdadera adoración.
Otra vez Moisés y Aarón entraron en los señoriales salones
del rey de Egipto. Allí, rodeados de altas columnas y relucientes
adornos, de bellas pinturas y esculturas de los dioses paganos, ante
el monarca del reino más poderoso de aquel entonces, estaban de
pie los dos representantes de la raza esclavizada, con el objeto de
repetir el mandato de Dios que requería que Israel fuera librado.
El rey exigió un milagro, como evidencia de su divina comisión.
Moisés y Aarón habían sido instruidos acerca de cómo proceder en
caso de que se hiciera semejante demanda, de manera que Aarón
tomó la vara y la arrojó al suelo ante el faraón. Ella se convirtió
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en serpiente. El monarca hizo llamar a sus “sabios y hechiceros”, y
“cada uno echó su vara, las cuales se volvieron culebras; pero la vara