Página 234 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Historia de los Patriarcas y Profetas
origen divino de su misión, a fin de que sus propios instrumentos
prevaleciesen. No quería que los hijos de Israel fueran libertados de
su servidumbre, para servir al Dios viviente.
Pero el príncipe del mal tenía todavía un objeto más profundo al
hacer sus maravillas por medio de los magos. Él sabía muy bien que
Moisés, al romper el yugo de la servidumbre de los hijos de Israel,
prefiguraba a Cristo, quien había de quitar el yugo del pecado de
sobre la familia humana. Sabía que cuando Cristo apareciera, haría
grandes milagros para mostrar al mundo que Dios lo había enviado.
Satanás tembló por su poder. Falsificando la obra que Dios hacía
por medio de Moisés, esperaba no tan solo impedir la liberación
de Israel, sino ejercer además una influencia que a través de las
edades venideras destruiría la fe en los milagros de Cristo. Satanás
trata constantemente de falsificar la obra de Jesús, para establecer
su propio poder y sus pretensiones. Induce a los hombres a explicar
los milagros de Cristo como si fueran resultado de la capacidad y
del poder humanos. De esa manera destruye en muchas mentes la fe
en Cristo como Hijo de Dios, y las lleva a rechazar los bondadosos
ofrecimientos de misericordia hechos mediante el plan de redención.
A Moisés y Aarón se les indicó que a la mañana siguiente se di-
rigieran a la ribera del río, adonde solía ir el rey. Como las crecientes
del Nilo eran la fuente del alimento y la riqueza de todo Egipto, se
adoraba a este río como a un dios, y el monarca iba allá diariamente
a cumplir sus devociones. En ese lugar los dos hermanos le repitie-
ron su mensaje, y después, alargando la vara, hirieron el agua. La
sagrada corriente se convirtió en sangre, los peces murieron, y el río
se tornó hediondo. El agua que estaba en las casas, y la provisión
que se guardaba en las cisternas también se transformó en sangre.
Pero “los encantadores de Egipto hicieron lo mismo”. “El faraón se
volvió y regresó a su casa, sin prestar atención tampoco a esto”. La
plaga duró siete días, pero sin efecto alguno.
Nuevamente se alzó la vara sobre las aguas, y del río salieron ra-
nas que se esparcieron por toda la tierra. Invadieron las casas, donde
tomaron posesión de las alcobas, y aun de los hornos y las artesas.
Este animal era considerado por los egipcios como sagrado, y no
querían destruirlo. Pero las viscosas ranas se volvieron intolerables.
Pululaban hasta en el palacio del faraón, y el rey estaba impaciente
por alejarlas de allí. Los magos habían aparentado producir ranas,