Página 235 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Las plagas de Egipto
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pero no pudieron quitarlas. Al verlo, el faraón fue humillado. Llamó
a Moisés y a Aarón y dijo: “Orad a Jehová para que aparte las ra-
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nas de mí y de mi pueblo, y dejaré ir a tu pueblo para que ofrezca
sacrificios a Jehová”. Luego de recordar al rey su jactancia anterior,
le pidieron que designara el tiempo en que debieran orar para que
desapareciera la plaga. El faraón designó el día siguiente, con la
secreta esperanza de que en el intervalo las ranas desapareciesen
por sí solas, librándolo de esa manera de la amarga humillación de
someterse al Dios de Israel. La plaga, sin embargo, continuó hasta el
tiempo señalado, en el cual en todo Egipto murieron las ranas, pero
permanecieron sus cuerpos putrefactos corrompiendo la atmósfera.
El Señor pudo haber convertido las ranas en polvo en un momen-
to, pero no lo hizo, no sea que una vez eliminadas, el rey y su pueblo
dijeran que había sido el resultado de hechicerías y encantamientos
como los que hacían los magos. Cuando las ranas murieron, fueron
juntadas en montones. Con esto, el rey y todo Egipto tuvieron una
evidencia que su vana filosofía no podía contradecir, vieron que esto
no era obra de magia, sino un castigo enviado por el Dios del cielo.
“Pero al ver el faraón que le habían dado reposo, endureció
su corazón”. Entonces, en virtud del mandamiento de Dios, Aarón
alargó la mano, y el polvo de la tierra se convirtió en piojos por
todos los ámbitos de Egipto. El faraón llamó a sus magos para que
hicieran lo mismo, pero no pudieron. La obra de Dios se manifestó
entonces superior a la de Satanás. Los magos mismos reconocieron:
“Es el dedo de Dios”. Pero él permanecía inconmovible.
Las súplicas y amonestaciones no tuvieron ningún efecto, y se
impuso otro castigo. Se predijo la fecha en que había de suceder para
que no se dijera que había acontecido por casualidad. Las moscas
llenaron las casas y lo invadieron todo, “y la tierra fue corrompida
a causa de ellas”. Estas moscas eran grandes y venenosas y sus
picaduras eran muy dolorosas para hombres y animales. Como se
había pronosticado, esta plaga no se extendió a la tierra de Gosén.
El faraón ofreció entonces permitir a los israelitas que ofrecieran
sacrificios en Egipto; pero ellos se negaron a aceptar tales condicio-
nes. “No conviene que hagamos así, porque ofreceríamos a Jehová,
nuestro Dios, lo que es la abominación para los egipcios. Si sacrifi-
cáramos lo que es abominación para los egipcios delante de ellos,
¿no nos apedrearían?”. Los animales que los hebreos tendrían que