Página 237 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Las plagas de Egipto
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Pero el corazón del faraón seguía endurecido. Entonces el Señor
le envió un mensaje que decía: “yo enviaré esta vez todas mis plagas
sobre tu corazón, sobre tus siervos y sobre tu pueblo, para que
entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra [...]. A la verdad
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yo te he puesto para mostrar en ti mi poder”. No era que Dios
le hubiese dado vida para este fin, sino que su providencia había
dirigido los acontecimientos para colocarlo en el trono en el tiempo
mismo de la liberación de Israel. Aunque por sus crímenes, este
arrogante tirano había perdido todo derecho a la misericordia de
Dios, se le había preservado la vida para que mediante su terquedad
el Señor manifestara sus maravillas en la tierra de Egipto.
La disposición de los acontecimientos depende de la providencia
de Dios. Él pudo haber colocado en el trono a un rey más miseri-
cordioso, que no habría osado resistir las poderosas manifestaciones
del poder divino. Pero en ese caso los propósitos del Señor no se
hubieran cumplido. Permitió que su pueblo experimentara la terri-
ble crueldad de los egipcios, para que no fueran engañados por la
degradante influencia de la idolatría. En su trato con el faraón, el
Señor mostró su odio por la idolatría, y su firme decisión de castigar
la crueldad y la opresión.
Dios había declarado tocante al faraón: “Pero yo endureceré su
corazón, de modo que no dejará ir al pueblo”.
Éxodo 4:21
. No se
ejerció un poder sobrenatural para endurecer el corazón del rey. Dios
dio al faraón las muestras más evidentes de su divino poder; pero
el monarca se negó obstinadamente a aceptar la luz. Toda manifes-
tación del poder infinito que él rechazara lo empecinó más en su
rebelión. El principio de rebelión que el rey sembró cuando rechazó
el primer milagro, produjo su cosecha. Al mantener su terquedad
y aumentarla gradualmente, su corazón se endureció más y más,
hasta que fue llamado a contemplar el rostro frío de su primogénito
muerto.
Dios habla a los hombres por medio de sus siervos, dándoles
amonestaciones y advertencias y censurando el pecado. Da a cada
uno oportunidad de corregir sus errores antes de que se arraiguen
en el carácter; pero si uno se niega a corregirse, el poder divino no
se interpone para contrarrestar la tendencia de su propia acción. La
persona encuentra que le es más fácil repetirla. Va endureciendo su
corazón contra la influencia del Espíritu Santo. Al rechazar después