Página 246 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

Basic HTML Version

242
Historia de los Patriarcas y Profetas
agregó: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.
Juan 6:53, 54, 63
.
Jesús aceptó la ley de su Padre, cuyos principios puso en práctica
en su vida, manifestó su espíritu, y demostró su poder benéfico en
el corazón del hombre. Dice Juan: “Y el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre”.
Juan 1:14
. Los seguidores de
Cristo deben participar de su experiencia. Deben recibir y asimilar la
Palabra de Dios para que se convierta en el poder que impulse su vida
y sus acciones. Mediante el poder de Cristo, deben ser transformados
a su imagen, y deben reflejar los atributos divinos. Necesitan comer
la carne y beber la sangre del Hijo de Dios, o no habrá vida en ellos.
El espíritu y la obra de Cristo deben convertirse en el espíritu y la
obra de sus discípulos.
El cordero debía de comerse con hierbas amargas, como un
recordatorio de la amarga servidumbre sufrida en Egipto. De igual
manera cuando nos alimentamos de Cristo, debemos hacerlo con
corazón contrito por causa de nuestros pecados.
El uso del pan sin levadura también tenía su significado. Lo
ordenaba expresamente la ley de la pascua, y tan estrictamente la
observaban los judíos en su práctica, que no debía haber ninguna
levadura en sus casas mientras durara esa fiesta. Igualmente deben
apartar de sí mismos la levadura del pecado todos los que reciben la
vida y el alimento de Cristo. Pablo escribe a la iglesia de Corinto:
“Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa,
[...] porque nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por
nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura ni
con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura,
de sinceridad y de verdad”.
1 Corintios 5:7, 8
.
Antes de obtener la libertad, los siervos debían demostrar fe en
la gran liberación que estaba a punto de realizarse. Debían poner
la señal de la sangre sobre sus casas, y ellos y sus familias debían
separarse de los egipcios y reunirse dentro de sus propias moradas.
Si los israelitas hubieran menospreciado en lo más mínimo las ins-
trucciones que se les dieron, si no hubieran separado a sus hijos de
[251]
los egipcios, si hubieran dado muerte al cordero, pero no hubieran
rociado los postes con la sangre, o hubieran salido algunos fuera
de sus casas, no habrían estado seguros. Podrían haber creído hon-