Página 247 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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La Pascua
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radamente que habían hecho todo lo necesario, pero su sinceridad
no los habría salvado. Aquellos que hubiesen dejado de cumplir las
instrucciones del Señor, habrían perdido su primogénito por obra
del destructor.
Mediante su obediencia el pueblo debía mostrar su fe. Asimismo
todo aquel que espera ser salvo por los méritos de la sangre de Cristo
debe comprender que él mismo tiene algo que hacer para asegurar
su salvación. Únicamente Cristo puede redimirnos de la pena de la
transgresión, pero nosotros debemos volvernos del pecado a la obe-
diencia. El hombre es salvo por la fe, no por las obras; sin embargo,
su fe debe manifestarse por sus obras. Dios entregó a su Hijo para
que muriera en propiciación por el pecado; ha manifestado la luz
de la verdad, el camino de la vida; ha dado facilidades, ordenanzas
y privilegios; y el hombre debe cooperar con estos agentes de la
salvación; ha de apreciar y usar la ayuda que Dios ha provisto; debe
creer y obedecer todos los requerimientos divinos.
Mientras Moisés repetía a Israel lo que Dios había provisto para
su liberación, “el pueblo se inclinó y adoró”.
Éxodo 12:27
. La feliz
esperanza de libertad, el tremendo conocimiento del inminente juicio
que caería sobre sus opresores, los cuidados y trabajos necesarios
para su pronta salida, todo lo eclipsó de momento la gratitud hacia
su bondadoso Libertador.
Muchos de los egipcios fueron inducidos a reconocer al Dios
de los hebreos como el único Dios verdadero, y suplicaron que se
les permitiera ampararse en los hogares de Israel cuando el ángel
exterminador pasara por la tierra. Fueron recibidos con júbilo, y se
comprometieron a servir de allí en adelante al Dios de Jacob y a
salir de Egipto con su pueblo.
Los israelitas obedecieron las instrucciones que Dios les había
dado. Rápida y secretamente hicieron los preparativos para su par-
tida. Las familias estaban reunidas, el cordero pascual muerto, la
carne asada, el pan sin levadura y las hierbas amargas preparados.
El padre y sacerdote de la casa roció con sangre los postes de la
puerta, y se unió a su familia dentro de la casa. Con premura y en
silencio se comió el cordero pascual. Con reverente temor el pueblo
oró y aguardó; el corazón de todo primogénito, desde el hombre más
fuerte hasta el niño, tembló con indescriptible miedo. Los padres y
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las madres estrechaban en sus brazos a sus queridos primogénitos, al