Página 249 - Historia de los Patriarcas y Profetas (2008)

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Capítulo 25—El Éxodo
Ceñidos con el cinto, las sandalias calzadas, y el bastón en la
mano, el pueblo de Israel permanecía en silencio reverente, y sin
embargo expectante, mientras esperaba que el mandato real les or-
denara ponerse en marcha. Antes de llegar la mañana, ya estaban en
camino. Durante el tiempo de las plagas, ya que la manifestación
del poder de Dios había encendido la fe en los corazones de los
siervos y había, infundido terror en sus opresores, los israelitas se
habían reunido poco a poco en Gosén; y no obstante lo repentino
de la huida, se habían tomado ya algunas medidas para la organiza-
ción y dirección de la multitud durante la marcha, dividiéndola en
compañías, bajo la dirección de un jefe cada una.
Y salieron “Eran unos seiscientos mil hombres de a pie, sin
contar los niños. También subió con ellos una gran multitud de toda
clase de gentes”.
Éxodo 12:34-39
. Esta multitud se componía no
solo de los que obraron movidos por la fe en el Dios de Israel, sino
también de un número mayor de individuos que trataban únicamente
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de escapar de las plagas, o que se unieron a las columnas en marcha
por pura excitación y curiosidad. Esta clase de personas fue siempre
un obstáculo y un tropiezo para Israel.
El pueblo llevó consigo también “ovejas y muchísimo ganado”.
Estos eran propiedad de los israelitas, que nunca habían vendido sus
posesiones al rey, como lo habían hecho los egipcios. Jacob y sus
hijos habían llevado su ganado consigo a Egipto, y allí había aumen-
tado grandemente. Antes de salir de Egipto, el pueblo, siguiendo
las instrucciones de Moisés, exigió una remuneración por su trabajo
que no le había sido pagado; y los egipcios estaban tan ansiosos de
deshacerse de ellos que no les negaron lo pedido. Los esclavos se
marcharon cargados con el botín de sus opresores.
Aquel día completó la historia revelada a Abraham en visión
profética siglos antes: “Ten por cierto que tu descendencia habitará
en tierra ajena, será esclava allí y será oprimida cuatrocientos años.
Pero también a la nación a la cual servirán juzgaré yo; y después de
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